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Xosé Lois García

La sociedad gallega a principios del siglo XX en la novela “Gallego” de Miguel Barnet

Xosé Lois GarcíaRebelión Cuando leí por primera vez la novela, “Gallego” de Miguel Barnet, tuve la sensación de descubrir un universo nuevo de todo aquello que yo viví y leí sobre la emigración en Galicia. De la poca literatura que se ha hecho sobre varios niveles y espacios del drama emigratorio gallego de todos los tiempos, Miguel Barnet nos acerca a ese contexto de relaciones, de las causas y efectos de la emigración gallega. La investigación de Barnet sobre la Galicia que originó esta novela tiene doble mérito al tratarse este tema desde fuera; desde el lado receptor. No es fácil entrar en un contexto tan complejo como era el medio rural gallego de principios del siglo XX y captar extraordinariamente varias parcelas de aquellos ambientes, como el tema social, político, económico, religioso, sociológico, antropológico y etnológico. Todo el entramado narrativo de esta novela tiene un respiro vivo de aquella Galicia dramática y desesperada, muchas veces difícil de comprender desde la lejanía. Es verdad que esta novela es el relato testimonial de su protagonista, Manuel Ruiz, que confirma varios extremos de lo cotidiano gallego, relatado en primera persona. Aquí surgen todas esas connotaciones de la Galicia de su tiempo y de una manera directa o indirecta nos implica a todos los gallegos que hemos emigrado.  De la novela “Gallego” escogimos sus dos primeros capítulos como retrospectiva de la Galicia de principios del siglo XX, justo cuando Manuel emigra a Cuba en 1916, con 16 años. Para verificar una serie de tramas sociales de un ciclo histórico muy interesante a todos los niveles y que el propio narrador supo escoger muy bien para evidenciar los personajes de aquella Galicia subdesarrollada. Los cinco capítulos que componen esta novela están tutelados por versos de la poetisa gallega, Rosalía de Castro. El primer capítulo titulado: “La aldea”, Barnet transcribe estos versos a son de prefacio, que dicen en gallego: “Galicia está probe/ Pr’a Habana me vou. ¡Adios, adios prendas/ Do meu corazón”. El relato lírico de Rosalía refleja el sentimiento de todo un colectivo deprimido y explotado, como era la sociedad gallega de mediados del siglo XIX, que trata de solucionar sus problemas existenciales por medio de la emigración. Esto se hace patente en la Galicia del siglo XX. Manuel Ruiz, en sus limpias y nunca tópicas reflexiones, explica que el 90% de la población gallega esta sumida en la marginación y en la pobreza. La infancia no alegre de Manuel, que queda huérfano de padre y se cobija al calor de su madre, abuelos y vecinos pobres que habitan ese deprimido y minúsculo microcosmos. Miguel Barnet saca a la luz el drama y el desafío de aquella sórdida lucha de los pobres de aldea, cuando Manuel va desgranando varios aspectos de la sociedad gallega y, en concreto, de su propio medio. Nos habla del hambre; de una producción agrícola de subsistencia, donde el labriego se afanaba por crear y guardar algún excedente para comprar lo necesario, o lo que el no producía. Aquellos aullidos de los enfermos y la mortandad infantil de los años de la llamada “Guerra Grande”. La peste alemana, como se llamaba en Galicia, predominó de 1914 a 1918. Era una fiebre mortal que afectaba a los infantes. Los pobres no podían adquirir medicinas, así que las campanas de las aldeas repicaban a diario por las almas de los niños que subían al cielo –decían-. Si observamos los cementerios gallegos aún podemos ver numerosas cruces y lápidas dedicadas a los niños muertos de aquella época. Manuel es uno de los pocos que pudo contar aquel drama y buscar refugio en el rosario nocturno y en la curación de San Roque.  Miguel Barnet concentra la atención en este santo, abogado contra la peste y que tenía no pocos devocionarios en Galicia. El narrador establece ese contacto científico con la realidad de aquella época que le tocó vivir a Manuel, su personaje. Ejerce su profesión de etnólogo y logra transcender en los nexos devocionarios de San Roque. No pasan desapercibidas aquellas manifestaciones religiosas dedicadas a este santo francés, que además de ser el protector contra la peste, los aldeanos concentran en él diversas peticiones. El prodigioso artista, literato y político gallego, Daniel Rodríguez Castelao, en un dibujo anti-caciquil y compuesto en esta misma época narrada por Barnet, se ve una procesión con un San Roque y desde una ventana dos ancianos le hacen la siguiente petición que Castelao pone a pié de dibujo: “-¡Que San Roquiño nos liberte de médicos, abogados e boticarios!”. Este patetismo de la época, se recoge también en “Gallego” cuando Manuel, el adolescente de no muchas creencias, se acerca al santo y le dice: “Oye Roque, yo quiero progresar, sácame de aquí”. Castelao nos presenta una Galicia cercada por la peste, donde los médicos valen más que el enfermo y los abogados son los intermediarios del cacique para azotar a los campesinos. Aquí estamos en una visualización parcial de tres graves problemas, pero en “Gallego”, el problema es global al manifestar el protagonista que la única solución es emigrar. Una postura radical pero comprensible por esa asfixia social que padecía el entorno gallego. La redención de Manuel y otros era buscar la tierra de remisión: Cuba. En “Gallego” hay una precisión narrativa de la realidad, en clave de ficción, que a la medida que vamos desgranando la situación del personaje central vamos descubriendo un país cuya historia o historias fueron reales. Esta novela no la debemos encasillar o ver como una crítica tan solo a una situación existencial. Se trata de un testimonio activo de un emigrante que relata las cosas de el, en primera persona, pero también las carencias infraestructurales de su país: Galicia. Y desde este punto de vista, el relato se presenta sin complejos y más que observar a una víctima vemos a un enorme colectivo de víctimas. Por lo tanto, los tiempos y espacios de ficción que se proclaman en esta novela, corresponden a una temporalidad espacial de la propia realidad.  Eugenio Suárez-Galbán Guerra, en su elegante y discernida crítica sobre “Gallego”, admite: “Su originalidad radica en eliminar todo conflicto entre ficción y realidad, ateniéndose rigurosamente a lo último, pero animando la narración con las ventajas estilísticas que provee el género novelesco. Los hechos siguen siendo los reales, pero el elemento mecánico y árido de la cinta que graba tal cual, y del entrevistado que acaso no conoce la magia de la auténtica conversación, se ven superados por una selección y un estilo que, de hecho, resultan más representativos de la realidad”. Retomando la realidad, o una parcela de ella, volvemos al eco más activo con que Manuel cuenta su niñez en Arnosa, donde el fue un superviviente de las pestes, del hambre y de otras circunstancias. Si estas situaciones narradas las contrastamos con la Galicia real, sujetas al tiempo y al espacio de lo narrado, encontramos tremendos relatos periodísticos de la época como este de Federico García Lorca, que es fruto de un viaje que realizo a Galicia en 1917, un año después de que el personaje de la novela, Manuel, emigrase a Cuba. Dice Federico en el artículo titulado: “Un Hospicio Gallego”: “El patio es románico... En el centro de él juegan los asilados, niños raquíticos y enclenques de ojos borrosos y pelos tiesos. (...) Algunos, más enfermos, no juegan, sentados en recachas están inmóviles, con los ojos quietos y las cabecitas amagadas. (...) Todas las caras son dolorosamente tristes...; se diría que tienen presentimientos de muerte cercana. (...) Quizás algún día, teniendo lástima de los niños hambrientos y de las graves injusticias sociales, se derrumbe con fuerza sobre alguna comisión de beneficencia municipal, donde abundan tanto los bandidos de levita, y aplastándolos haga una hermosa tortilla de las que tanta falta hacen en España... Es horrible un hospicio con aires de deshabitado, y con esta infancia raquítica y dolorosa. Pone en el corazón un deseo inmenso de llorar y un ansia formidable de igualdad...” Esta era la Galicia patética y real contada por foráneos que, si no a tiempo, nunca a destiempo, supieron poner el acento en aquellos problemas graves, sobre todo en uno: la carencia de justicia social. Así lo dijo Lorca y así la encontramos en clave narrativa en la novela de Barnet. Pero el novelista cubano nos revela otras connotaciones de aquella Galicia que, más allá del tópico impuesto por las clases dominantes, conforma un diseño eficiente para comprender varios códigos sociales y pautas culturales de aquella Galicia real que aparece en su novela. Cuando decimos real no queremos decir realismo social, aunque tenga cierta dosis de este.  Balzac quiso hacer un estudio novelado de la sociedad francesa de su tiempo y en parte se frustro la idea. En las novelas galdosianas encontramos una carga de realismo, fruto de la inventiva del propio Pérez Galdós que persistió en utilizar modelos demasiado estáticos para encasillar el protagonismo de ciertas clases sociales que tenían una funcionalidad dinámica e incluso una predisposición revolucionaria. Barnet es diferente, su “Gallego” proclama esa movilidad, no de una forma lineal, sino en zig-zag, incorporando elementos nuevos sin disgregar cada uno de los mensajes que el protagonista de la novela los jerarquiza cuando Manuel Ruiz cuenta sus propias historias en un lenguaje asequible a las circunstancias y a las emociones que desea transmitir.  Posiblemente en Manuel Ruiz podamos ver una cierta ingenuidad, por su edad, pero en todo caso no deja de ser el reflejo de la cultura rural gallega. Miguel Barnet ha captado fielmente esos momentos ingenuos que le impone a su personaje de ficción, pero también corrobora esa filosofía innata que nosotros los gallegos llamamos retranca y sobre todo cuando detrás de la ingenuidad y de la retranca surge el creador de muchas cosas que sólo la vida y la pobreza enseña. La creatividad siempre la propiciaron los más pobres y marginados, porque éstos siempre buscaron la huída de la ociosidad, y el pueblo gallego hizo muchas inventivas y una de ellas fue la retranca para reírse de todo y de uno mismo. Los pobres de la aldea gallega para subsistir tuvieron que inventar a solas y sin recursos sus propios artilugios, no para venerarlos sino para servirse de ellos; para que le fuesen útiles y funcionales. Este aspecto lo refleja muy bién Miguel Barnet a través de su personaje.  En la página 18, de esta novela, hay una disertación interesante del protagonista y que nos sitúa en varios parámetros de aquella Galicia mísera e irredenta. Aquí se fijan varias causas, entre ellas una en especial que preocupa a Manuel, la guerra de Marruecos. El temor de ir a Marruecos sin saber que intereses defienden aquellos jóvenes pobres es uno de los pavores que lleva en el cuerpo Manuel. La guerra de Cuba había dejado secuelas en Galicia. Pero es verdad que en aquella época había un sentimiento fuerte en Galicia de simpatía popular hacia la liberación nacional de Cuba. La simpatía de Manuel Ruiz hacia Cuba, en toda esa evocación del relato, viene dada por aquella opinión generada entre los pobres de aldea y los retornados de la guerra que muchos de ellos desertaron del ejército español y se pasaron al ejército mambís, como fue el caso de mí abuelo paterno.  En este primer capítulo de la novela se exponen una serie de conflictos generados en aquella Galicia de principios del siglo XX. Y Manuel pone énfasis al problema lingüístico, que supone ser uno de los graves problemas de identidad por los que pasa esta vieja nación celta. Aquí se plantea el idioma gallego en conflicto con el castellano; la deserción de muchos, sobre todo cuando se emigra y se acoge al idioma receptor, muchas veces por falta de conciencia y otras por puro complejo de inferioridad de las clases más pobres. En este sentido, dice literalmente Manuel: “Yo, que vine a los dieciséis como ya dije, puedo hablar en gallego como el primer día que llegué al puerto. La lengua está pegada al cerebro desde que oye uno a los abuelos y a los pobres. La mayoría de las veces cuando yo hablo para adentro me digo las cosas en gallego, las siento más”. Que precisión más pragmática la de Miguel Barnet al penetrar en lo esencial de un referente tan acusado como la lengua y al desdoblar el sentimiento de un gallego auténtico y generoso apelando al atributo más diferencial de un pueblo, como es la lengua. Miguel Barnet conoce muy puntualmente el conflicto lingüístico de Galicia entre el gallego y el castellano. El gallego es hablado por la mayoría de la población, su bastión ha sido el medio rural, el castellano lo hablan las clases dominantes, sobre todo aquellos que exhibieron su azote contra los asalariados. Al hablar de diglosia, en el caso gallego, estamos incidiendo en el conflicto de la lucha de clases y esto es algo fundamental en esta novela, cuando Manuel Ruiz reivindica su lengua nativa. Las clases dominantes gallegas siempre utilizaron el castellano como señas de identidad y predominio de una clase sobre otra. Cuando Manuel establece ciertas relaciones sociales con otro interlocutor, se le nota cierta complejidad o inseguridad, pero al final impone su dignidad de hablar su lengua nativa.  El personaje de Barnet, es fiel a su clase y por esto también lo es a su lengua. El problema del emigrante gallego cuando se hizo con dinero y cambió de estatus era un desertor de su idioma original, no en todos los casos. Por lo tanto, cuando Manuel evoca y defiende su lengua vemos que lo hace desde uno de los lados de ese antagonismo de clase, que enfrenta a los sin tierra y pequeños propietarios con las clases burguesas. Manuel Ruiz cuando habla de este conflicto diglósico manifiesta la interrelación de la lucha lingüística con la lucha de clases, al decir: “El gallego que ha olvidado su lengua es un mal agradecido y un traidor”. Ciertamente, un traidor a su propia clase. Reiteremos que Miguel Barnet capta y entra, discretamente, en el terreno de la diglosia de una manera empírica, para poner en boca del protagonista de su novela, Manuel, esa defensa tan valiente como necesaria en favor de nuestro idioma. Miguel Barnet crea un espacio amoroso y erótico en el cual, Manuel, nos habla de sus relaciones con Casimira, una chica de su propia clase, en una frecuencia muy somera y pudorosa.  Hay también varios espacios, en esta novela, donde su autor propicia el cuento oral transcendido del mito ancestral. Barnet, fiel a su oficio de etnólogo, incorpora a su novela un mito que él sitúa en el pueblo de Manuel, sobre una serpiente que mama de las ubres de una vaca. La vaca que está encantada con la serpiente se aleja de la manada y en un peñasco le ofrenda al reptil su leche dejando a los pobres campesinos sin ella. Esta leyenda era un tópico muy extendido en toda la geografía gallega, pero un tópico funcional que de él se derivaban múltiples variantes de cuentos que lo relataban en el monte los pastores y alrededor de una hoguera nocturna, en la cocina. La que cuenta Manuel tiene una carga social, al explicar que los aldeanos mataron la vaca porque esta no producía ni leche ni trabajo.  El capítulo II, titulado: “La travesía”, Barnet utiliza este verso de Rosalía de Castro: “O mar castiga bravamente as penas”. El narrador recrea fielmente el espacio del hábitat aldeano de Galicia en el momento en que Manuel, a sus 16 años, decide salir de aquellos ambientes pobres y cargados de explotación, para mejorar su vida en Cuba. Se despide de los suyos y de todos los enseres de la casa. Comienza el desasosiego; la recomendación de los abuelos, los mensajes de los vecinos; los lamentos y plañidos. Dos o tres días antes del viaje a Cuba era habitual hacer una crónica de las cosas que dejaba. Algunos emigrantes iban a la tumba de sus ancestros; se despedían de las vacas que tanta ayuda les habían prestado en sus labores agrícolas. Esto se hacía y por eso Manuel confiesa: “Quería llevarme el recuerdo clarito de todo”. Vemos como el emigrante deseaba codificar su medio y sobre todo su casa, ese espacio natural donde ha compartido solidariamente más penalidades que felicidades. Así lo constata Manuel: “Mi casa no era grande ni linda, ni nada por el estilo, pero era mi casa, donde nací yo”. Con estas descripciones, Barnet nos introduce en una especie de ritual de despedida que existía pero también nos descubre, puntualmente, el amor del gallego por su microcosmo natural. El escritor uruguayo, Eduardo Galeano, refiriéndose a “Gallego”, la novela de Miguel Barnet, dice: “Pero más allá del personaje y su peripecia, este libro es un homenaje y un entrañable desagravio a los miles y miles de gallegos que tantas veces han recibido desprecio a cambio del mucho amor y trabajo que nos han entregado”. Barnet, nos descarna todo ese patetismo que se cernía sobre la emigración gallega, en clave social. Su contribución es enormemente esclarecedora y realizada desde el lado receptor: Cuba. Además del gran logro literario que nos brinda con este peculiar testimonio, nos devuelve a los gallegos un reencuentro con la realidad lejana de la que tantas secuelas ha dejado la emigración.  Vigo era el inicio de la gran travesía atlántica, un puerto donde a diario se transportaba carne humana, con la complacencia del Estado español que se beneficiaba de este éxodo o sangría que tantas desintegraciones aporto a Galicia. Muchas veces los emigrantes desconocían el lugar geográfico a donde eran transportados y los duros trabajos que tendrían que realizar. En este sentido, Fernando Ortiz, en su libro: “Entre Cubanos (psicología tropical)”, hace la siguiente referencia a los emigrantes gallegos que trabajaron en el canal de Panamá: “Pero cada mes llegan unos mil obreros blancos al canal, gallegos e italianos en su mayor parte, que son los que están sobrellevando el trabajo casi en su totalidad”. La brutal explotación de los gallegos llevada a cabo por las compañías yanquis, en esta caso, fue siniestra, como todos sabemos.  El espectáculo en el puerto de Vigo no podía ser más asolador, en el relato de Manuel Ruiz. Es la crónica breve y puntual, llena de patetismo sobre aquellos braceros que iban ofrecer sus músculos y con cierta incapacidad de no hacer la revuelta o la revolución en su propio país. Sobre este aspecto, en otra viñeta de Castelao, vemos una enorme aglomeración de emigrantes en el puerto de Vigo y a pié de imagen coloca el siguiente texto: “En Galicia no se protesta, se emigra”. El relato de Barnet esclarece, explícitamente, todo esa moviola de intereses, de corrupciones y mafias organizadas que buscaban y ofrecían a los emigrantes, no demasiado ilustrados, el oro americano; la riqueza fácil. Haciéndoles hipotecar sus minúsculos enseres. Los “ganchos” que llama Manuel a los agentes legalizados que operaban en los pueblos rurales que llevaban falsos catálogos sobre la colocación de los emigrantes en Cuba o en los países del cono sur americano y, también, falsas recomendaciones. Eran los gestores de un desorden y de una explotación consentida por el propio Estado que estaba bajo el poder de los Romanones, de los Mauras, de los Canalejas, de los Datos de los García Prietos y tantos otros que se sucedían a ellos mismos en el poder. Toda una trama caciquil que tenía sus agentes en los buques, donde algún corrupto de la tripulación, en combinación con los “ganchos” colocaba a polizones en las bodegas de dicho buque. Manuel Ruiz, en su travesía atlántica, comienza a ver las cosas de otra manera, comienza a asimilar con pragmatismo la situación. Sin ser marxista y no entender mucho de la plusvalía, en el barco va descubriendo las contradicciones de clase y llega a esclarecer una toma de conciencia importante cuando habla del “paño bueno de los de arriba (de los que iban en primera clase, los indianos) y los de camisa de franela, pantalones de pana y zuecos (los que iban en cuarta clase, como él)”. Cuando Manuel llega al puerto de La Habana se siente desprotegido y con miedo frente a la oscuridad, los truenos y el oleaje. Es aquí donde Miguel Barnet posiciona al lector en un punto álgido de tensión; propicia una atmósfera entre la metáfora de la propia vida y la simplificación del simbolismo de una tragedia que marca a Manuel para toda la vida. La gran audacia del narrador cubano es posicionarnos al lado de Manuel Ruiz en uno de los espacios más trágicos de los emigrantes indocumentados –que ahora en España llamamos, los sin papeles-. Manuel no era un indocumentado pero se solidariza con José Gundín, un polizón gallego que viaja en el mismo barco, víctima de los “ganchos”. Las autoridades del buque los apresan y como es sabido los introducen en aquel campo de concentración de Tiscornía. En este lugar vemos al adolescente Manuel sumergido en el dolor y en reflexiones existencialistas que le abren un sin fin de preguntas y fáciles respuestas, sobre aquel lugar donde se traficaba con carne humana y se vendían influencias.  Miguel Barnet, en este mosaico de contradicciones por las que pasa el protagonista de su novela, nos aproxima a la idea marxista de Manuel en lo que respecta a la confrontación de la lucha de clases. Tiscornia, para Manuel, es el espacio donde toma conciencia de su propia clase y con una dignidad invulnerable. En el momento de salir de este centro y escuchar de Benito, el chofer de la familia burguesa del Vedado, a donde iba Gundín, el recomendado, dejando a Manuel en la estacada. Éste ni suplica ni se humilla, impone su dignidad de clase buscando un trabajo y un techo por La Habana vieja. Aquí en Cuba, Manuel comienza a tener dos patrias, como en este verso de José Martí: “Dos patrias tengo yo: Cuba y la noche”. La noche de Galicia, para Manuel no era la noche contemplada por Martí. Pero en realidad compartió dos patrias e los momentos más álgidos de la historia de Galicia y de Cuba. Participando en la Guerra Civil española al lado de la República y en Cuba integrándose en la Revolución.  Miguel Barnet, en “Gallego” va más allá de la cooperación de Xosé Neira Vilas y de asesorarse en varias publicaciones gallegas de Cuba. El perfil del emigrante que diseña Barnet en la representación de Manuel, va más allá del homenaje y de la constatación de unas circunstancias que ocurrieron en la historia del pueblo gallego. Esta novela rescata y memoriza la frustración y la tenacidad de sus protagonistas.  El protagonista de la novela “Gallego” de Miguel Barnet, lo podemos adherir al gallego José Martínez invocado por José Martí en un artículo de Patria, del 28 de enero de 1893, titulado: “José Martínez, “El Gallego”, que dice: “José Martínez era de lo muy pobre del mundo. Sus letras cabían en un puño, las pocas letras que pudo enseñarse, de codos en el mostrador, a la hora callada, o en la puerta de la casa ambulante, con el libro sobre las rodillas. Nació con alma propia, y desde su primera niñez buscó por sí el trabajo que por su cariño a Cuba le negaban sus compatriotas”.  Miguel Barnet le puso, también, alma propia a su Manuel Ruiz. No lo redujo a meros ajustes históricos de dos contextos diferentes, el cubano y el gallego. Esta novela no está estereotipada en función de cálculos narrativos o estilísticos. La situación en que Barnet coloca al protagonista de su novela, en este aposento tienen cabida todos los emigrantes gallegos cada unos con una historia diferente pero llena de dignidad.  Esa alma propia del gallego que menciona Martí y nos revela Barnet, también la encontramos en muchos indicativos reales de la gran tragedia emigratoria que soportó Galicia, desde tiempos de Felipe II hasta hace muy poco. Hay un libro biográfico publicado en Cuba, en 1998, de Maury Rodríguez Matos, titulado: “Estirpe de Leones”, cuyo protagonista central es un emigrante gallego, Manuel Pardo, natural de la parroquia de Nogueira de Miño municipio de Chantada en la provincia de Lugo. Manuel Pardo, pobre de solemnidad, emigra a Cuba en 1917, muy joven, viene semi-indocumentado y pasa por Triscornia. Una vez liberado trabaja en diversas faenas del campo para sacar adelante una familia numerosa. A todos sus hijos los integra en el proceso revolucionario de Sierra Maestra, y hoy forman parte ya de la historia heroica de Cuba.  Sobre Manuel Pardo quiero añadir algo sobre su espacio nativo de Nogueira, a orillas del río Miño. Las gentes labriegas de Nogueira que vivían especialmente de la agricultura vinícola, era un pueblo rebelde que tenía una enorme capacidad de luchar contra la injusticia de los poderosos. Cuando en 1936 triunfó el golpe fascista contra la República en Galicia, los de Nogueira hicieron una resistencia que durante un mes los fascistas no tomaron dicho pueblo. Por tanto es lícito pensar que Manuel Pardo salió de un entorno muy sensibilizado en la lucha social. En uno de los congresos del Partido Comunista de Cuba, el Comandante en Jefe, Fidel Castro, hijo de un emigrante gallego, señalaba las aportaciones de los emigrantes de Galicia a la historia de Cuba. La novela “Gallego” de Miguel Barnet, confirma la memoria de cientos de miles de emigrantes gallegos que pasaron por peripecias parecidas a las de Manuel.  Retomando el texto de Eduardo Galeano, éste nos dice: “Miguel Barnet, certero escuchador, decidor de palabra clara, demuestra que el testimonio bien puede ser alta literatura. Nuestros países tienen una deuda pendiente con los miles y miles de emigrantes que han venido a tierras de América desde Galicia. Por mano de Miguel, aquí cuenta su historia un hombre de dos patrias, un cubano en cuya memoria no han cesado de resonar los airinhos de la aldea donde nació”.  Creo que Miguel Barnet saldo esta supuesta deuda, al contribuir con su enorme esfuerzo y colocar en un alto aposento, el de la dignidad y la solidaridad, a los emigrantes gallegos y no sólo a estos. Pienso que todo emigrante de cualquier rincón del mundo se ve reflejado en “Gallego”.   

El humanismo revolucionario del Che

El humanismo revolucionario del Che

Xosé Lois García

Rebelión

No es difícil entrar en una buena parte de los componentes humanistas de Ernesto Che Guevara, desde una óptica revolucionaria que él aplicó en su vida como militante marxista. Se tiene hablado y escrito mucho sobre el humanismo del Che, partiendo de ciertas fases de su vida revolucionaria en Cuba. Con cierta brevedad quisiera retomar dos puntos vitales en la vida del Che. Uno, el de su niñez y el otro el de su juventud. Para comprender mejor como se ha gestado o generado su humanismo debemos concurrir a lo que nos revela Pierre Kalfon, en su libro: “Ernesto Guevara, una leyenda de nuestro siglo”. Con el fin de ordenar bien la orientación inicial del humanismo del Che permítanme leer el siguiente texto de Kalfon, que dice: “La guerra civil española (1936-1939) afectó aún más a los Guevara y su progenie. En primer lugar porque el cuñado de Celia, el poeta comunista y algo dandy Cayetano Córdova Iturburu, participó en ella valerosamente más de un año, como enviado especial de “Crítica”, el único diario antifranquista de Buenos Aires; todos los demás eran partidarios de Franco. Luego porque su mujer, Carmen de la Serna, comunista como él, decidió, justificándose en la tos ferina de uno de sus hijos, ir con sus dos retoños a reunirse en Alta Gracia con su hermana menor Celia. Finalmente, porque numerosos hijos de republicanos españoles, exiliados en Córdoba y en su región, serán algunos de los mejores amigos de infancia y adolescencia del joven Ernesto”.

Este texto nos revela que el Che, de niño, vive en el seno de una familia que tiene una coyuntura ideológica de izquierdas que debate y discute varios temas, sobre todo, aquellos de tipo existencial que son los que más impactan a un niño y, al mismo tiempo, se codificaron en su memoria. Sabemos que los Guevara, en su afiliación de izquierdas, dieron cobijo en su casa a numerosos exiliados españoles que, sin duda, hablaron de las turbulencias que una guerra civil acarrea. Allí se hablaba de los buenos (los vencidos, el pueblo) y de los malos (los vencedores fascistas). En esta particular situación el Che fue digiriendo ese dualismo del bueno y del malo; del vencedor y del vencido. Y, necesariamente, su mente estaba con los vencidos para que algún día fueran vencedores. Y cuando escoge su carrera de médico, lo hace en su subconsciente pensando en ayudar al ser humano. He aquí su humanismo inicial.

El segundo punto del humanismo del Che, el de su juventud, uno de los más sólidos, es cuando realiza el famoso viaje por todo el Continente americano, 1952. Son fascinantes los apuntes o crónicas de viaje que el Che nos ha dejado en sus escritos. Más allá de las peripecias del viaje está el encuentro con los pobres, con la miseria, en definitiva: con el vencido. El Che va acumulando la experiencia de la derrota de América. En sus apuntes habla de las causas del subdesarrollo y de la explotación del hombre por el hombre y de los estados sumisos al imperialismo. Sobre este viaje, el Che habló en La Habana el 19 de agosto de 1960, enfatizando lo siguiente: “Y por las condiciones en que viajé, primero como estudiante y después como médico, empecé a entrar en estrecho contacto con la miseria, con el hambre, con las enfermedades, con la incapacidad de curar a un hijo por falta de medios, con el embrutecimiento que provocan el hambre y el castigo continuo. (...) Y empecé a ver que había cosas que, en aquel momento, me parecieron casi tan importantes como ser un investigador famoso o como hacer algún aporte substancial a la ciencia médica: y era ayudar a esa gente”. Aquí vemos que el humanismo en el adolescente Guevara, además de tener cuerpo también tiene alma. El in situ de conectar ocularmente y auditivamente, nace en él un humanismo que será un referente sin limitaciones. Toda esa situación sangrante le lleva a estar ya no del lado de los hambrientos y de los leprosos sino estar con ellos y luchar por ellos. Y este humanismo le lleva a una profunda reflexión de cambiar las reglas de juego; de cambiar el mundo y a tomar una drástica y peligrosa decisión: luchar con todas las armas a su alcance para derrotar a las clases dominantes y liberar a las clases dominadas, devolviéndoles la dignidad que les ha sido arrebatada. Sobre estos términos, el Che era así de transparente: “Es decir, para conquistar algo tenemos que quitárselo a alguien, y es bueno hablar claro y no esconderse detrás de conceptos que puedan mal interpretarse”. Con esta decisión estamos ante una de las fases más decisivas y determinantes del humanismo revolucionario del Che, que ya en la práctica de la Revolución cubana, ese humanismo lo aplicó y lo dimensionó.

Hay un párrafo en su libro: “La Guerra de Guerrillas” que puede que a todos nos impresione, al manifestar: “Un herido debe ser sagrado, curársele lo mejor posible”. Da la sensación que este nuevo humanismo nos lleva a aquel otro humanismo: “Si te dan en una mejilla vuelve la otra”. No, el nuevo humanismo que practica el Che es este: “Si te golpean golpea tú más”. El ejemplo de la mejilla, tan mistificado como dormidera del oprimido pertenece ya a un humanismo que más que trasnochado ya no nos sirve ni como metáfora. El nuevo humanismo revolucionario que el Che a esgrimido fija una reveladora metodología en la cual se esclarece ese dualismo en lucha perpetua y cruel entre el opresor y el oprimido. El Che supo ejemplarizar el método, la estrategia y, sobre todo, los valores del oprimido para erigirlo como el hombre nuevo; como el hombre rupturista con el viejo sistema de opresión. La superación de las contradicciones en la lucha de clases las abordó de una forma integral y pragmática. El indicativo, en este apartado, era luchar por la conquista de nuevas relaciones de conducta, desechando lo viejo y lo parasitario, con el fin de perfeccionar un ser humano integral. Y cuando hablamos del ser humano integral estamos pensando en aquellas palabras suyas, tan resolutivas, sobre el papel de la mujer en los frentes guerrilleros. De la mujer que era tratada como desecho en el mundo capitalista y en el campo religioso. Para ser mujer beligerante, activa y dueña de si misma e integrada en el nuevo modelo revolucionario en pié de igualdad con el hombre, había que integrarla con los mismos derechos y con los mismos deberes alejada de frustrantes marginaciones. De aquí surge el ser humano integral y libre de preconceptos y de tabúes.

Pero el hombre integral no nace, se le hace. Pero el Che conocía muy bien el proceso histórico de los conflictos sociales, sus evoluciones y, sobre todo, la trascendencia de cambiar la historia por medio de procesos revolucionarios. Marx decía: “El mundo no hay que interpretarlo sino cambiarlo”. El humanismo del Che tiene aquí su mayor incidencia, el marxismo como ideología de cambio; como motor capaz de determinar el presente y el futuro de los pueblos oprimidos. El humanismo del Che es revolucionario por que es científico, y capaz de contrastar, verificar y determinar los procesos sociales y económicos en que se encuentra una sociedad determinada en que se le debe buscar sus verdades y sus contradicciones.

“La verdad es siempre revolucionaria”, decía Gramsci. Y el Che comentaba: “Hay verdades tan evidentes, tan incorporadas al conocimiento de los pueblos que ya es inútil discutirlas. Se debe ser ‘marxista’ con la misma naturalidad con que se es ‘newtoniano’ en física, o ‘pasteuriano’ en biología, considerando que si nuevos hechos determinan nuevos conceptos, no se quitará nunca su parte de verdad a aquellos otros que hayan pasado. (...) Es por ello que reconocemos las verdades esenciales del marxismo como incorporadas al acervo cultural y científico de los pueblos y lo tomamos con la naturalidad que nos da algo que ya no necesita discusión”.

Dicho esto, el humanismo revolucionario del Che bebe de una de las fuentes científicas e ideológicas de Marx que no tienen parangón en la sociedad capitalista, donde la opresión del hombre por el hombre se manifiesta de muy diversos niveles y actitudes. La ideología marxista, científicamente, está enmarcada en un mundo de relaciones nuevas e insurgentes contra el sistema capitalista, a las cuales se han incorporado los oprimidos. Es en este parámetro, donde el Che es pragmático en su humanismo revolucionario, al señalar: “Nosotros, revolucionarios prácticos, iniciando nuestra lucha simplemente cumplíamos leyes previstas por Marx el científico, y por ese camino de rebeldía, al luchar contra la vieja estructura del poder, al apoyarnos en el pueblo para destruir esa estructura y, al tener como base de nuestra lucha la felicidad de ese pueblo”.

¿Así qué las fuentes originarias del humanismo revolucionario del Che estaban sustanciadas en la teoría y en la praxis marxista? Evidentemente que si, porque las leyes científicas que Marx verificó sobre las contradicciones de clase y la lucha de clases ha abierto una gran brecha a favor de la clase proletaria. Pero el humanismo revolucionario del Che converge con otras experiencias humanistas y revolucionarias que se dieron en el contexto de la lucha de liberación social de los pueblos latinoamericanos. El Che Guevara era un lúcido pensador e intelectual que comprendió e interpretó su contemporaneidad a la luz de las relaciones sociales que se dieron en cada contexto socio-político, ya no sólo americano sino del mundo. Y cuando decimos que bebió de Marx debemos ampliar el horizonte para manifestar que otra de sus fuentes de pensamiento fue el humanismo de Martí. En el homenaje del 28 de enero de 1960, al Apóstol de las libertades de Cuba, el Che, dijo: “... Martí había nacido, había sufrido y había muerto en aras del ideal que hoy estamos realizando. Mas aún, Martí fue el mentor directo de nuestra Revolución, el hombre de cuya palabra había que recurrir siempre para dar la interpretación justa de los fenómenos históricos que estamos viviendo”.

La universalidad del humanismo revolucionario del Che también tiene su fuente inspiradora en los ecos patrióticos y revolucionarios de Martí. Digamos que la Revolución cubana se inspiro en el pensamiento revolucionario martiano. Pienso que el mayor intérprete del pensamiento de Martí es Fidel. Si leemos los discursos del Comandante en Jefe, la presencia de Martí es continua e irreprochable, por lo cual la Revolución que el pueblo cubano realizó estaba inspirada, por sus dirigentes, en el ideario de Martí. La devoción práctica que el Che sintió por José Martí, no sólo se manifiesta en sus escritos sino que estos revelan el humanismo martiano que se unifica con el del Che. También las grandes corrientes de pensamiento revolucionario latinoamericanista como el de Bolívar, Roca, Ponce, Mariátegui etc., convergen en el pensamiento revolucionario del Che. Dado que él ha buscado en el contexto espacial los referentes teóricos y prácticos. Así no es raro que encontremos en la dialéctica guevarista significativas referencias de ese humanismo anterior. Desde luego, son buenas las referencias, el rescate de la tradición revolucionaria en todos sus espacios y en todas sus connotaciones. En este aspecto, el Che supo evocar su reencuentro con la praxis de José Martí, de Emiliano Zapata, de Augusto Sandino y de Farabundo Martí y de tantos otros que germinaron con su sangre contundencias revolucionarias que el Che supo ejemplarizar. Y desde esta óptica de referencias, el Che fue un interlocutor y un gran pedestal de ese puente de enlace entre estos pensadores y luchadores latinoamericanos que los interpretó y los hizo suyos desde el historicismo y humanismo marxista.

Uno de los grandes estudiosos del humanismo revolucionario del Che Guevara, como es Michael Lowy, sintetizo su enorme personalidad y sus inacabados proyectos: “El Che no sólo fue un heroico combatiente, sino que además un pensador revolucionario, un precursor de un proyecto político y ético por el cual luchó y murió. La filosofía que le da coerción, color y calor a su empuje ideológico es un profundo y original humanismo revolucionario. Para el Che, el verdadero comunista, el verdadero revolucionario es aquel quien considera los problemas de la humanidad su propio problema personal; aquel que siente profundamente cada vez que un hombre muere en cualquier parte del mundo; y se llena de una gran felicidad cada vez que aparece la bandera de la libertad en cualquier parte del mundo. Su internacionalismo, además de ser un modo de vida, una creencia secular, un imperativo categórico, y un ábide espiritual fue la más original, pura, combativa y concreta expresión de este humanismo revolucionario”.

El rigor ético y el valor filosófico del pensamiento del Che es el vértice de unión de su humanismo y de su práctica revolucionaria. Pese a los que quieren obstruir el camino andado por el guerrillero heroico, no deja de ser un todo en las relaciones teoría y práctica de su conducta comunista. Lo común y lo humano son términos que en el discurso dialéctico del Che, esclarecen la lucha por la dignidad humana. Al Che le gustaba citar esta frase célebre de José Martí: “A un hombre verdadero le debe doler cuando otro es golpeado en la cara”. La gran pregunta que aquí nos hace el Che, es el otro. Nuestro semejante. ¿Qué podemos hacer por el otro en sus precariedades, cuando es ofendido y robada su plus valía y alterada su dignidad? Muchas veces es más necesario reponerle al asalariado más dignidad que pan. Esto lo decía Marx, y también lo enfatizó el Che. En este controvertido paréntesis de la única pretensión de los pobres y humillados es llenar el estómago más que llenar el cerebro con una ideología que lo libere. Por eso que la gran lección que nos ha dejado el Che es el camino humanista y revolucionario como alternativa de su dignificación, como él señaló: “No queda otra alternativa; la revolución socialista o una caricatura de revolución”.

En los tiempos que corren, con la globalización en auge y el monopolio del neoliberalismo que tiene como único o posible discurso ideológico de la alienación trata, con perversas intenciones de integrarnos, al sistema capitalista por medio de constantes amenazas contra la integridad de los pueblos que quieren ser libres. Frente a esto está el legado revolucionario del Che y de tantos otros que en Cuba, en Latinoamérica y en todo el mundo supieron y saben alzar su voz y su enérgica acción contra el avance imperialista.

La expresión más directa del humanismo revolucionario del Che se concreta en el desarrollo de la lucha de liberación del hombre como individuo y en su trascendencia como miembro de un amplio colectivo de explotados. Este valor de la trascendencia revolucionaria esta muy expresada en Marx, en Lenin y en Fidel Castro. Y es la base del humanismo revolucionario.

En el escenario más cruel y neoliberal del mundo actual, surge la pregunta suspicaz y mal intencionada ¿No están las ideas del Che Guevara pasadas de moda? Y el que ha captado bien su dialéctica humanista, su conducta revolucionaria y su enorme aportación a la transformación histórica de la humanidad, que todavía no ha culminado su liberación, dará una respuesta contundente basada en la opresión capitalista y en la liberación socialista. El socialismo y el comunismo son aún proyectos inacabados por existir todavía las contradicciones de la explotación del ser humano; la explotación de una nación por otra. Mientras que el ser humano siga en sus mínimos de conciencia, el humanismo revolucionario será siempre una realidad aplicable y exigible para su liberación. Mientras que a los pueblos se les niegue su dignidad y justicia social la rebeldía y la insumisión tiene que florecer en muchos pueblos como en Chiapas, en Colombia y en tantos otros lugares del mundo. En todos ellos, sin duda, estará floreciendo el fruto y el humanismo revolucionario que el Che ha sembrado con su palabra y con su ejemplo.

García Lorca en la poesía de Nancy Morejón

García Lorca en la poesía de Nancy Morejón

García Lorca en la poesía de Nancy Morejón
Xosé Lois García
Rebelión
El 31 de diciembre de 1990, Nancy Morejón ponía esta fecha como final de su poema-teatro o poema-escenificado, titulado: “Pierrot y la luna”, publicado en el libro: “Arpa de troncos vivos (de Cuba a Federico)” (1999). No cabe duda que Nancy, más allá de lo familiar que le puede ser la poesía lorquiana, en el momento de homenajear al poeta granadino, no escogió un tema simple, o la dedicatoria de un sentido poema que hiciese referencias al homenajeado, pero no se contentó con esto y fue más allá. Nos llevó al reencuentro con Lorca y en su más allá nos concentra en el más acá. Así es como recrea con cuatro personajes que entran todos en acción, como son: La muchacha, Pierrot, La luna y Buster Keaton. Unos más que otros están referenciados en la obra de Federico García Lorca, pero todos ellos están implicados en diferentes recurrencias del poeta asesinado hace ahora 70 años por el fascismo. Son numerosísimos los personajes y los nombres que se ciernen en la poesía de Lorca y ya no digamos en toda su obra completa. Pero Nancy Morejón supo rescatar a cuatro de ellos, crearles un espacio lorquiano en Manhattann y darles vida escenográfica para alimentarlos con su propio lirismo en toda su ambientación lorquiana. No es fácil la argumentación conseguida por Nancy Morejón y, sobre todo, al darles un papel independiente a los personajes que aparecen en la obra de Lorca y percibir la presencia viva del poeta.

Nancy Morejón, escogió, diseño y le dio un papel a cada uno de estos personajes que actúan en “Pierrot y la Luna”. Y cada uno de los papeles o funciones que cada uno de ellos realiza, tampoco resulta fácil esta componenda teniendo tantas referencias históricas y tantas puestas en escena. No es fácil emerger de un contexto tan explorado en todas las artes mayores y menores. Pero Nancy lo logra de una forma categórica al crearles a cada uno de ellos una sensibilidad tan potente y tan atractiva que el discurso verbal funciona sin caer en los tópicos en que pudiese incurrir cualquiera que trata a estos personajes. Y el espacio es New York, concretamente Manhattann, con esos puentes y ese bosque de hormigón alzado en rascacielos, donde García Lorca estuvo y como testimonio nos dejó el extraordinario libro: “Poeta en Nueva York”.

Pero entremos en cada uno de los personajes de “Pierrot y la luna”. En este poema-teatro de Nancy, la Muchacha adquiere un papel protagonista como lo adquieren aquellas muchachas o mozas lozanas andaluzas que buscan el amor y sufren el desamor en la obra de Federico. Pero la Muchacha de Nancy no es el prototipo integral de las muchachas de Lorca. Puede ser la muchacha híbrida, culturalmente, con otro rol a aquella muchacha llamada Colombina de la cual estaba enamorado el Arlequín, dos personajes del teatro italiano del siglo XVI y de aquellas comedias de Polichinela y Puleinello.
Pierrot es el segundo personaje en escena que Nancy lo jerarquiza con una serie de atributos, como el ser que no tiene noción del tiempo, como si fuera de otro mundo y de otra esfera. Pierrot, aquel arlequín que salta a los escenarios franceses y tan popularizado en los siglos XVIII y XIX, triste, de clara blanquecina, enfermizo por los amores de Colombina, será el payaso moderno y vanguardista, transformado en personaje de circo, enaltecido en los acordes de Vivaldi, rehabilitado en los pinceles de Picasso y elevado a lo más alto de la imagen y de la imaginación por Buñuel. Pero también es Nancy Morejón quien le da un aposento en aquella ciudad por donde Lorca dejó huella, Niw York. Y en ese aposento del puente niwyorkino le imprime un diálogo nuevo y cargado de emociones; la manera de fantasear, de seducir y de enamorar forma parte de los atributos cubanos que se usan para estos menesteres.
Por tanto, Pierrot aparece aquí como el enamorado pero que está en otro galaxia, como curado de espantos y en otra vía iniciática que no quiere saber nada del tiempo para no ser devorado por el. El Pierrot triste, lagrimoso, melancólico y de corazón herido tiene otro rol que realizar en Niw York de la mano de Nancy Morejón. Ese arlequín cargado de tiempos y sin edad nos mira desde la ciudad de los rascacielos, con “ojos humanos en el exacto balance de la melancolía”, como dijo García Lorca.
La Luna es el otro personaje que aparece en el poema de Nancy, no podía ser de otra manera a no ser que la luna estuviese ausente y exenta de contenido lorquiano. Por que Federico la ha tipificado y jerarquizado en sus atributos de tal manera que ha dejado muy pocos vacíos para ser cubiertos. La Luna es el primordio más elemental y también el mítico y metafísico que transciende en toda la obra de Lorca. La luna de los gitanos, la luna de los gnósticos, la luna de los alquimistas, la luna de la cultura omeya. Todas las lunas que conforman ese enorme repertorio de Lorca están ahí y así fueron hechas a la medida de los tormentos, de los hechizos, de los miedos y de las complacencias. Y es admirable como Nancy, cuando le da protagonismo lírico a la luna, la docta de atributos propios, caribeños si cabe, que el espíritu poético de Federico funciona sumergido en el alma de la poeta cubana.
“ Balada a la luna” es un enorme poema que pocas veces se logra en su profundidad y en su exteriorización estética como Nancy lo ha logrado. Merece la pena leer este poema para escuchar lo que le dice la alta luna a esa ave de paso:
“Ave que pasas,ave que vassobre una torredel palacio real.Ave que pasas,ave que vas;todo lo sabessin preguntar.Ave que pasas,ave que vas,el rey me cantasu eterna canción;tú la devuelvesa mi corazón.
Ave que pasas,ave que vas sobre una torre del palacio real.
El último de los personajes que forma parte de este poema es el actor estadounidense, Buster Keaton, que también aparece en la obra de Lorca. Ese gran personaje del cine mudo, de la generación de García Lorca, el hombre que hizo reír a los españoles y que estos conocen con el sobre nombre de “Pamplinas”.
Con el título: “Pamplinas”, Rafael Alberti escribió uno de sus más sentidos poemas dedicados a Buster Keaton, que dice:
“Un polisón de nieve, blanqueandolas sombras, se suicida en los jardines.¿Qué será de mi alma, que hace tiempobate el récord continuo de la ausencia?”
El famoso actor de Kansas está en el memorando lorquiano como el hombre que nos hace reír primero para hacernos llorar después de la soledad y de la nostalgia que nos deja. Por tanto, el saltimbanqui, el acróbata, el payaso que se hace cómplice de nuestros propios avatares, de nuestras penas y de nuestras quimeras nos produce un cambio de rumbo. Este personaje de cine lo escoge y lo unge Nancy Morejón y lo coloca en el teatro de la vida, en el espacio niwyorkino que le es natural. ¿Pero qué hace Buster Keaton aquí, si Nancy no le da ningún diálogo? Realmente es un personaje mudo en la ficción y así lo coloca en su propio papel. Y el diálogo que hace Buster Keaton lo hace a través del mimo y de la pantomima y sólo lo hace con y para la luna, después de aparecer en sueños a la muchacha. Ese diálogo mudo con la luna a través de los gestos de Buster Keaton es uno de los puntos claves que Nancy Morejón ofrece al lector y al espectador y, además, tiene una lectura exotérica que García Lorca hubiera admitido y recreado en ella.
Esta obra, “Pierrot y la luna”, comienza por un diálogo entre la Muchacha y Pierrot, que los dos están de bruces sobre la baranda del puente de Manhattann, y entre ellos comienza un diálogo que no es el que pudiera el lector imaginar, el típico de un Arlequín y una Colombina. La Muchacha, cubana o andaluza por el garbo de atraer a su duende, habla de lo que toca y de lo que siente de la materia terrena. Pierrot le responde con elementos que no están al alcance de la mano. Le habla del arco iris con un pájaro de luz en su centro y que él propio aspira a un hábitat de misterio en ese entorno. Este espacio de símbolos exotéricos, creado aquí por Nancy Morejón, tiene una profundidad enorme que ultrapasa los moldes exotéricos y cabalísticos de Federico García Lorca.
Pero la Muchacha entra en el juego de Pierrot y descubre visiones mientras el diálogo se agranda, se entrelaza se compenetra. En todo esto están las premoniciones del amor fecundo. La Luna es el médium, que hace sonorizar el tamborcillo y hace mover el cabello de la Muchacha, creando así un clima rigurosamente austero. En todo esto prevalece lo dinámico frente lo estático y Pierrot le ofrece la Luna ante el desconcierto de la muchacha, pero éste llama por la Luna y ésta aparece y le ofrece a la Muchacha una luz impresionista. Y Pierrot le responde a la Luna con una balada en recompensa:
“Debajo del puente, Luna,debajo del puente, no.
Al pie de los rascacielos,cerca del puente, mejor.
Hoja verde, tú.Hoja seca, yo.
En todo este discurso mágico, el lector puede pensar que Lorca se ha reencarnado en un sueño de Nancy Morejón. Pero las fantasías para Nancy no son de su reino poético. Es ella la que busca a Lorca, es ella la que entiende a Lorca y éste la comprende a ella desde su inmensidad. Y Pierrot, la Muchacha y la Luna asfixiados de un mundo que no los comprende, se aposentan en los sentimientos de Nancy. Y es desde aquí que la Luna le pregunta a Pierrot por el poeta de Granada, por las dalias y las margaritas que jamás se marchitan en sus versos y como clamor del poeta cubrían las cenizas de los negros que flotaban en el Mississipi.
La Muchacha revela un sueño que tuvo con Buster Keaton y el diálogo versa sobre las recomendaciones que éste le daba sobre los elefantes de Wall Street (símbolo del poder republicano y de la reacción yanqui). El diálogo se dinamiza entre la Luna y Pierrot. Las palabras y las risas se paganizan y mientras creíamos, al comienzo, que cada uno de los personajes individualizaban su discurso, vemos que el rol de los personajes, en todo el proceso narrativo, nos llevan al misterio de lo intemporal.
El juego entre la Muchacha y Pierrot no deja lugar a dudas cuando buscan distanciarse de la tierra y colocarse en la azotea más alta de los rascacielos buscando la luz de la Luna y la melodía del violín. Y en ese estadio de benevolencias, el amor se armoniza y Pierrot lo confiesa así: “A la sombra del poeta de Granada. Estoy aquí, amada mía, para abrigarte y emprender nuevo rumbo, los dos hacia rutas desconocidas”.
La Muchacha constata su amor a Pierrot y éste es correspondido. A partir de aquí hay un diálogo que no es más que una glosa al amor, por parte de Nancy Morejón. Mejor dicho, creo que es una especie de hermenéutica amorosa. El amor no idealizado ni mitificado. La Luna lo constata, al decir: “La muerte no podrá nada nunca contra el amor. Como un vino sagrado, el amor no perece. Los amantes, sobre lo alto de los rascacielos y colinas amarillas, desconocen la vicisitud y la sentencia de las cosas de todos los días”.
Al final de los diálogos de este poema-comedia, dice Nancy lo siguiente: “Se sienten ruidos de aviones, automóviles, computadores en función, del ir y venir de una muchedumbre insaciable en busca de amor. Música de flautas, guitarras y banjo”. Después de la balada final recitada por la Muchacha, Pierrot y la Luna y, mientras el telón se baja, los tres personajes echan a volar.
Que final más rotundo y lorquiano al convertir a estas figuras en volátiles que Federico tanto amaba. En este poema-homenaje, Nancy Morejón nos ha entregado unos personajes que estaban en un horizonte lejano, les dio cuerda y entraron en movimiento para ofrendarnos palabra y humanidad. Y desde el escenario empezaron a descubrirnos tantas cosas, de las cuales fuimos emergiendo para ver el poeta de Granada, de España, de Cuba y de la humanidad, desde otra dimensión. La dimensión existencialista que nos revela Nancy Morejón.

 



 

El Haití de Jacques Roumain en la obra de Nicolás Guillén

El Haití de Jacques Roumain en la obra de Nicolás Guillén
Xosé Lois García
Rebelión
Para muchos de nosotros, Haití significa libertad dado que ha sido el primer pueblo del continente americano que lucho contra el colonialismo francés. Y todo aquel contingente de esclavos africanos se sublevó contra sus explotadores expulsándolos y, al mismo tiempo, proclamando su independencia en 1804. Hace dos años que se festejaba el bicentenario de las libertades de Haití teñido de sangre por la intervención y el menosprecio del Imperialismo norteamericano. Pero los que amamos la lucha antiimperialista, Haití será siempre una referencia y un modelo que antaño sirvió a muchos de los pueblos americanos para liberarse de la opresión colonial europea.

Hace poco que leía: “El Reino de este Mundo”, de Alejo Carpentier y en sus extraordinarios y reveladores relatos me di cuenta que el pueblo haitiano, en el fulgor de su lucha contra el colonizador francés, fue el precursor en hacer prevalecer sus derechos colectivos frente a cualquiera agresión. En esta dirección, me he dejado guiar por Carpentier que me ha llevado a una contundente revelación de la capacidad y la dignidad con que Haití fue siempre sobresaliente entre los pueblos libres.

De los textos que más me impactaron de este libro de Alejo Carpentier fueron aquellos que esclarecen el poder de decisión que los esclavos tomaron para ser libres e integralmente independientes. Sirva pues el ejemplo de uno de los relatos, que dice lo siguiente: “Todas las puertas de los barracones cayeron a la vez, derribadas desde adentro. Armados de estacas, los esclavos rodearon las casas de los mayorales, apoderándose de las herramientas. El contador, que había aparecido con una pistola en la mano, fue el primero en caer, con la garganta abierta, de arriba a abajo, por una cuchara de albañil. Luego de mojarse los brazos en la sangre del blanco, los negros corrieron hacia la vivienda principal, dando mueras a los amos, al gobernador, al Buen Dios y a todos los franceses del mundo”.

Si este texto de Carpentier nos ha servido de introducción sobre el Haití de las luchas y de la constatación de la independencia, Nicolás Guillén nos hace de interlocutor y nos lleva a los albores de otra de las luchas que Haití ha proclamado en las décadas del 20 al 40 del siglo XX, teniendo como referencia de esas luchas al gran intelectual y escritor, Jacques Roumain (1907-1944). Por tanto, Nicolás Guillén trató de no ignorar al pueblo hermano de Haití dado que buena parte de la historia de Cuba, en la lucha por sus libertades, emergió en la geografía haitiana. Cabo Haitiano fue uno de los puntos claves en donde se fraguó la independencia de Cuba. En la obra del apóstol, José Martí, aparecen numerosas citas sobre Cabo Haitiano, como punto de cohesión con el fin de liberar a Cuba del colonialismo español. Martí, significó la siguiente apreciación sobre Haití: “La isla donde triunfa, en condiciones favorables de clima y larga permanencia, el ensayo dichoso de la vida libre, en el trabajo y el respeto mutuo que vienen de él, de los cubanos a quienes dividió la colonia artera y la esclavitud venenosa, y hoy junta en paz viril el heroísmo de la guerra y la hermandad del destierro”.


Nicolas Guillén se quejaba de que los cubanos ignoraban bastante a esa tierra que fue punto de referencia y, también, de emergencia para los cubanos que lucharon por las libertades de su patria. Nicolás se queja así en un artículo titulado: Haití: la isla encadenada, que publicó en 1941 en “Magazine de Hoy”, y dice lo siguiente: “Para la generalidad de los cubanos, Haití es una tierra tenebrosa, sin cultura y sin espíritu. Aislada por su lengua y por el prejuicio racial aún más que por su condición geográfica, se mantiene alejada de nuestro conocimiento como si no se hallara a unas breves horas de avión, a unos cuantos días por mar de Cuba”. Es verdad que en las provincias del Oriente cubano, incluyendo el nativo Camagüey de Guillén, fueron lugares de acogida para aquellos franceses expulsados de Haití en 1804, y que crearon en Cuba buena parte de sus monopolios económicos con el beneplácito de España y fueron los encargados en difundir una leyenda negra sobre los ciudadanos libres de Haití. El racismo contra los negros y mulatos que sustentaron las libertades de la nación haitiana fue uno de los puntos que los ex colonos franceses propiciaron entre la ciudadanía cubana.

Este espléndido artículo de Nicolás Guillén nos abre una vía de comprensión solidaria hacia un pueblo que continuaba luchando por su sobre vivencia en una etapa de convulsión generalizada en la lucha contra el nazismo, estamos ablando del período de la II Guerra Mundial. Haití tenía su guerra particular, contra el hambre que era un mal mayor generado por una clase de esbirros, sostenidos con salario norteamericano. Nicolás Guillén nos describe aquel panorama de esta manera: “De pronto, la calma se quiebra en mil pedazos. Las mujeres gritan. Los hombres corren... ¿Qué pasa? Nos dirigimos hacia un basto grupo donde parece concentrarse la atención general y donde seguramente se halla la causa del escándalo. Un pobre hombre, hambriento, ha robado quizá un pedazo de ñame, tal vez algún plátano con que acallar la voz del estómago imperioso. Acaso, acaso no ha hecho nada... Pero ya está allí, cogido debatiéndose inútilmente en las garras de un soldado”.

“La historia de Haití es, sin duda, de una grandeza impresionante –dice Guillén-: como que está hecha con la sangre de un pueblo acostumbrado desde su nacimiento a luchar y morir por sus derechos”. Y en la lucha por esos derechos arrebatados por los esbirros del capitalismo estaba el poeta Jacques Roumain, entre tantos otros que tomaron conciencia de una situación donde triunfaban los demagogos sin escrúpulos y rendidos a las urgencias de la avaricia gringa.

En “Magazine de Hoy” del 8 de febrero de 1942, Nicolás Guillén escribe otro artículo, titulado: “Haití”, donde expone la crucial situación de un pueblo que como “Pocos –dice Guillén- han luchado, además, en la América, con tanto coraje como el haitiano, y con menos ayuda espiritual y material”. Nicolás Guillén, comprensiblemente e ideológicamente, hizo de puente necesario entre Cuba y Haití con el fin de que los cubanos tenían la obligación de conocer a sus vecinos y ser solidarios con ellos en situaciones emergentes. Los escritos del poeta cubano, con relación a Haití, no dejan de ser un puente sólido en unos momentos en que las traiciones y los vende patrias estaban en auge en Haití y, por otro lado, también emergían las flores rojas de la conciencia de los intelectuales haitianos, como era el caso de Jacques Roumain.

Nicolas Guillén amaba sobremanera Haití, su sangre negra latía a solidaridad y a lucha cuando la sangre de sus hermanos de Haití se vertía en una tierra convertida en holocausto. En los albores de la Revolución cubana, escribía Guillén el 10 de julio de 1959, en “Hoy”, lo siguiente: “¿Qué ocurriría en Haití en estos momentos? El recuerdo de la isla cercana, que yo visité hace ya más de tres lustros, me punza y lastima. Trujillo, Duvalier, Santo Domingo... A boca de jarro, como un pistoletazo”. Haití, para Nicolás Guillén era tan próximo y emocional que una simple simpatía no bastaba para definir su sentimiento. En todas estas manifestaciones verificables en su obra literaria está ese pragmatismo dialéctico que es fruto de un análisis empírico de ir a las fuentes del problema. Y buena parte de su información provenía de Jacques Roumain, fundador del Partido Comunista de Haití en 1934, encarcelado y exiliado. Nicolas Guillén, comunista como él; poeta igual que él, hombres los dos de largos caminos donde las piedras herían el alma más que a los pies. Hombres íntegros para morir de pié y nunca de rodillas como dijo nuestra Pasionaria y lo reiteró el Che.

Guillén, desde Cuba, fue de los primeros que se adhirió al movimiento poético de la Negritud, uno de los representantes de esta vía en Haití fue Roumain. Por estos afines, entre el poeta cubano y el haitiano, había una poderosa comprensión sobre la defensa de los valores del negro, de lo despreciado de lo que les pertenecía desde el lado antillano, americano y africano. Este espíritu de comprensión estaba por encima de cualquier confabulación y agresión que los yanquis trataban de romper. Guillén enfatizó muchas veces aquellas consideraciones de Roumain que la poesía era “pura complejidad dialéctica de las relaciones sociales, las contradicciones y los antagonismos de la estructura política-económica de una sociedad en determinado momento de su historia”. Vemos pues en los dos poetas a vueltas con la dialéctica marxista para cambiar de orientación y convertir a la poesía en materia de denuncia, de reivindicación y de progreso.

El 25 de mayo de 1961, Nicolás Guillén publica en “Hoy” un sentido y pragmático artículo, titulado: “Sobre Jacques Roumain”. Dando la noticia que en Cuba se publicaba la combativa novela de Roumain, titulada: “Los gobernadores del rocío”. Toda una primicia que el escritor e ideólogo haitiano dio al mundo con esta novela tan esclarecedora en el contexto de la lucha de clases y sobre los ambientes concretos de dominantes y dominados en Haití. En este ártículo, Nicolás Guillén, nos cuenta como conoció a Jacques Roumain en París. Los dos iban al Congreso por la Defensa de la Cultura, celebrado en España en 1937, en plena guerra civil y a favor de la República y contra el fascismo. En este artículo nos habla del desarrollo ideológico de Roumain y a partir de él como conoce los pormenores de la situación política haitiana y su evolución hacia una concreción de la problemática del vecino y hermano pueblo de Haití. En este artículo habla Guillén de la ultima vez que le vio y señala: “Yo le vi a Roumain la última vez unos días antes de morir, a su paso por la Habana. (...) Almorzó en mi casa ‘algo que tuviera ñame’, como me pidió. Al partir puso en mis manos una copia mecanografiada de la novela y una libreta en que había muchas hojas manuscritas. ‘Son tus poemas’ me dijo”. También nos habla de su condición de gran etnólogo al señalar: “Roumain fundó el Instituto de Etnología de Haití y como etnólogo aportó enormes proyectos a la consolidación de las antillas en el contexto de la cultura afro-antillana”. Cuando Guillen escribió en “Juventud Revelde”, en 1969, un artículo titulado: “Don Fernando”, dedicado al gran etnólogo don Fernando Ortiz, no vaciló al decir: “Ortiz careció de la vena artística que tuvo Price-Mars o que era previa en un Jacques Roumain, ambos haitianos”. He aquí el valor integral que Nicolás Guillén dio a Roumain.

En las “Elegías” de Nicolás Guillén, escritas entre 1948-1958, encontramos una muy larga, de 8 páginas, titulada: “Elegía a Jacques Roumain”, que empieza así: “Grave la voz tenía./ Era triste y severo./ De luna fue y de acero./ Resonaba y ardía”. Evidentemente no voy a leer toda la elegía pero si resaltaré la emoción del poeta cubano que sentía por el poeta y por el pueblo haitiano, al decir: “lo que hablábamos, Jacques?/ ¡Ay, lo demás no cambia, eso no cambia!/ Allí está, permanece/ como una gran página de piedra/ como una gran página sabida y resabida,/ que todos dicen de memoria,/ que nadie dobla,/ que nadie vuelve, arranca/ de ese tremendo libro abierto haitiano,/ por esa misma página sangrienta haitiana,/ sangre en las espaldas del negro inicial”. Y termina el poema de esta forma épica: “(La aurora es lenta, pero avanza)/ a mi clarín terrestre de cobre ensangrentado!”.


El Haití angustioso que le toco vivir a Jacques Roumain está puntualmente revelado en la obra de Nicolás Guillén, en diversos contextos históricos, en lo socio-político, en lo económico y en lo cultural. En todo esto, es evidente que Nicolás Guillén tomo partido por el Haití de las libertades y por la integridad nacional de ese pueblo tantas veces humillado y saqueado por el imperialismo yanqui. Roumain y Guillén tomaron partido por la dignidad de los negros, vilmente despreciados por las tiranías al servicio de las migajas yanquis que dominaban a Cuba y Haití. La voz de Guillén sonó en Cuba a favor de los negros en su rotundo ardor revolucionario y la de Roumain en su Haití, señaló nuevos horizontes de libertad, en estos versos: “No tiembles el combate es nuevo,/ la oleada viva de tu sangre elabora sin yerro/ constante una estación; la noche hoy se ha ido al fondo de las charcas/ el formidable dorso inestable de un astro apenas dormido”.

Ángel Augier: revelador de espacios y codificador de tiempos

Ángel Augier: revelador de espacios y codificador de tiempos
Xosé Lois García
Rebelión
En uno de mis viajes a Cuba conocí en la sede de la UNEAC al poeta Ángel Augier y después de una larga charla sobre Cuba, Fidel, Nicolás Guillén, Rafael Alberti y de sus raíces gallegas, dado que su abuelo nació en la ciudad de Tui, en los mismos límites de Galicia con Portugal. En aquella ocasión, me regaló toda su obra y al pasar el charco me puse a leer todas sus creaciones que durante mucho tiempo fueron lectura obligada y de cabecera. No voy a hablar de toda su obra pero si de una muy concreta, titulada: “Isla en el tacto”, publicada en 1965. En esta obra, el poeta se convierte en una especie de cronista o de guía necesario que nos adentra en una isla llamada Cuba. Solo cuatro letras nos bastan para identificarla globalmente, o situarnos en el mapa para asegurarnos de su localización física. Pero a la medida que devoramos y asimilamos sus versos nos damos cuenta que Cuba es mayor a lo que esas dos sílabas nos pueden indicar y sugerir. Y es mayor porque Ángel Augier nos descubre una serie de espacios que son los que verdaderamente fomentan la identidad cubana y la idiosincrasia de todo un pueblo. La geografía cubana se sustenta de todos esos microespacios que Augier resalta en toda esa relación toponímica. El hace que captemos no la Cuba generalizada sino la Cuba concreta que emana de espacios diversos y que todos ellos convergen entre si y dinamizan la totalidad de ese formato telúrico que distinguimos de otros con el nombre, Cuba.
Ángel Augier sabe muy bien que la poesía sin espacios y sin referencias espaciales es una poesía bastante inútil al carecer de definiciones y al no concretarse en un determinado espacio que sustenta a seres y a cosas. Por tanto, leemos en uno de los poemas de “Isla en el tacto”:
“Lengua lejana marcada en el polvo,
lengua viva en el agua,
aquí gritando aún en cada trozo de la tierra
la misma cadenciosa resonancia:
Guáimaro, Baracoa, Bariay, Camagüey,
Bamburanao, Maisí, Caney, Ariguanabo...
Puntos sonoros de la geografía
que tocamos así con la misma ternura
de quienes los sembraron en la primera parcela:
Habana, Yariguá, Majagua, Jagüey...”
Augier revela los espacios y los codifica en el tiempo. Para él, tiempo y espacio es la medida de todas las cosas en las cuales tiene un protagonismo el hombre. Y es aquí donde el poeta cubano nos suplanta en esa relación evolutiva donde la cubanidad se ha perfilado a través de ciclos históricos donde el tiempo y el espacio definen al hombre dentro de sus necesidades y apetencias concretas. En este sentido, Augier es fiel a la tradición de la poesía cubana al ocuparse constantemente de los espacios, ya no en un contexto bucólico o lúdico sino social, tal como el lo ha tratado. Ya, Fray Alonso de Escobedo en 1598, en los albores de la Cuba colonial, se registra de este autor un poema, que para Lezama Lima es el primer poema cubano o que hace referencia a los espacios de la isla, como este:
“A Manasi, una punta así nombrada,
nuestro veloz navío fue llegando
por dar felice fin a su jornada
de entrar en Baracoa procurando;
ésta se llama, hermanos, La Dorada,
dijo nuestro cristiano y fuerte bando,
que encierra dentro de si cierto tesoro
que, aunque pobre de gente, no lo es de oro”.
Vemos pues la utilidad de los espacios poéticos que además de describirlos también diseñan acciones y aspiraciones por parte de quién los habita. Los espacios cubanos de Augier están llenos de reseñas y de vivencias del propio nativo y siempre en el contexto de la lucha de clases. Veamos en este poema testimonial:
“La ciega voz de látigo
sobre la espalda del hombre original
donde el sudor ponía un resplandor de oro
que enardecía la furia de la búsqueda inútil.
La dura, férrea voz
que trituró la cándida sangre fundadora
hasta exprimir la última gota”.
Vemos así como el rol histórico cambia en un mismo espacio y este se ve constantemente modificado. La aniquilación del indio por el blanco la opresión del negro por el blanco es una constante en la perspectiva del discurso de “Isla en el tacto”, en la que se significa la lucha de clases sin cuartel en cada uno de los espacios físicos de Cuba que el poeta cerca en sus territorios poéticos. En este sentido apunta Augier:
“Examinar tus capas vegetales
con mirada en que la geología apenas si respira
no es sólo asomarse a la huella del tiempo
en láminas de polvo innumerable
en que se marcan rocas y guijarros y arcilla
más allá de ese silencio que domina
en las uñas de la erosión”.
Espacios y tiempos conminados y engrandecidos en el poema para que transpiren en toda esa esencia de lo que muchos no podemos adivinar de su pasado. Ángel Augier supo entrar pacientemente en esa metafísica de las cosas donde el poema recoge frecuencias y vicisitudes portentosas.
En ese tono épico que se desprende de “Isla en el tacto”, se respira en su poesía el perfume natural de esos territorios que el poeta nos indica:
“el Bayamo de romántica aureola,
el Yara reluciente de palmeras sonoras,
el Salado de enardecido pulso,
y donde Camagüey abre su historia,
el Máximo con sus barbas fluviales;
hacia tu centro mismo, donde se afina tu cintura,
el Zaza que se arrastra en su turbión de ásperas
piedras”.
Ángel Augier no se conforma con la mención de los territorios sino que los define con atributos, y muchas veces con símbolos herméticos que nos invita a reflexionar sobre ellos, como en este caso:
“Con el ímpetu acumulado en la altura,
con el impulso puro de la Sierra Maestra
forjado entre abismos y nubes y relámpagos”.
Sierra Maestra, ese espacio heroico en la historia más reciente de Cuba. Ese microcosmos del Oriente cubano como ha transcendido en la conciencia de los cubanos y de todo el mundo. El poeta es consciente del valor estratégico que un espacio ofrece al hombre, en este caso a la insurgencia contra el poder batistiano y, también, como se genera la conciencia revolucionaria. Como los espacios cobijan al hombre, porque uno y otro se interrelacionan. Por eso, en este libro, aparece Martí en su territorio y Mella en el suyo. Fidel, desde su Sierra Maestra, aparece en este poemario conquistando todos esos espacios que confirman la unidad de la patria cubana y la unidad revolucionaria.
Cuando Ángel Augier habla del Comandante en Jefe, lo hace desde la exaltación más épica y centrado en todas las peripecias históricas que le fueron adversas a Cuba y, desde Sierra Maestra, el ímpetu del pueblo cambió las viejas estructuras dominantes. Así es como Augier ve la funcionalidad del espacio y del tiempo donde el hombre revolucionario no interpreta la historia sino que la cambia, principio básico del marxismo. El poeta así lo codifica:
“Delante, Fidel Castro,
el de las tempestades en el pecho,
con su carga de insomnios y relámpagos,
de gritos acumulados en la noche, recogidos
a lo largo de tu tiniebla, recogidos
a lo largo de tus lágrimas, patria:
gritos de terror y de hambre,
de lucha y herida y muerte y renacer”.
Más adelante, en otros versos, el poeta dignifica así al espacio y al hombre:
“Hay aquí un pueblo que funde su sangre con la tierra,
y esa fusión de tierra y sangre desafía
a la muerte que acecha”.
El discurso poético en “Isla en el tacto” es lineal y no tiene refugios para ocultar o enmascarar algo que no siente el poeta. Ángel Augier es un poeta comunista, revolucionario que ayudó a generar espacios de libertad en tiempos adversos. Sus propuestas tienen un impacto generoso en la lucha cotidiana de cada ser que lucha contra la explotación del hombre por el hombre. La economía poética de Augier se dinamiza en muy diversos aspectos y frecuencias que es la ética de la dignidad, que es lo qué realmente aspira el verdadero poeta revolucionario.
En los tiempos que corren, el neoliberalismo todo lo frivoliza y todo lo individualiza, por ello es necesaria la fuerza de la palabra combativa, como la de Ángel Augier, en su sentido más amplio y, sobre todo, como generadora de conciencia. Por tanto, su poesía se nos hace intemporal y, por ello, tenemos que beber de esa agua fresca y transparente que mana de esos espacios o territorios emblemáticos que Augier supo transmitir de ellos esa fuerza emancipadora con que se concreta su poesía.
 

EXPRESSÃO E DIVERSIDADE DA ACTUAL POESIA BRASILEIRA

EXPRESSÃO E DIVERSIDADE DA ACTUAL POESIA BRASILEIRA

Seria bastante difícil fazermos um itinerário da totalidade dos poetas brasileiros com obra publicada. São escassos os países que produzem tanta poesia como o Brasil; por isso, é quase impossível para um antologista oferecer uma obra em que estejam representados a maioria dos autores. Ante o enorme leque em que se configura a poesia brasileira, não se nos revela fácil argumentar que estamos perante uma expressão tradicionalmente de qualidade, dentro da sua diversidade.

Optamos, ao princípio, por apresentar ao leitor uma obra de carácter federalista, no que diz respeito à sua representatividade, para integrar em cada Estado aqueles poetas que tivessem nascido no mesmo e obtivessem uma repercussão real nesse espaço. Este escopo desvaneceu-se ao verificarmos que alguns dos estados quase não tinham representatividade numérica e outros ultrapassavam a escala possível. Dada esta situação, optamos por aqueles autores de qualidade expressamente reconhecida e consolidada. O leitor da presente antologia poderá comprovar que o temário é inovador, coerente e singularmente diverso. É fundamental ter em conta as expressões heterogéneas num país como o Brasil, com um componente geográfico e demográfico de grandes dimensões e com uma produção lírica que tradicionalmente foi veículo de mudanças importantes na sua literatura.

Tomar opção pelos poetas mais representativos desta diversidade temática implicaria limitar o número de autores, o qual seria problemático num país onde se produz tanta poesia. Neste caso, a nossa intenção reside em apresentar um mínimo de poemas por cada autor, que sejam representativos da sua obra. Poemas suficientes para revelar um consolidado projecto de criação individual.

Realizamos esta antologia de uma óptica muito pessoal e com o máximo respeito pela poesia brasileira de todos os tempos, procurando recolher a diversidade. São muitas as sugestões poéticas que nos chegam do Brasil. Um verdadeiro caudal de luminosos versos, pelos quais muitos autores mereceriam estar nestas páginas, mas o espaço editorial nos obriga a renunciar, infelizmente, a autores de incontestável valia.

Os meus contactos com a poesia brasileira, faz mais de trinta anos, foram através do “Romanceiro de Inconfidências” de Cecília Meireles. Depois, impressionaram-me Mário de Andrade, Manuel Bandeira, Drummond de Andrade, Jorge Lima, Casiano Ricardo (no seu “Martim Cearê”), Murilo Mendes, João Cabral de Melo Neto, Ferreira Gullar e tantos outros, quase todos estes traduzidos para o castelhano. Portanto, faz-se desnecessário repetir autores já conhecidos pelo leitor espanhol. *

Mais tarde, chegaram-me os iniciadores da poesia pré-independência, na antologia de Sérgio Buarque de Holanda, intitulada: “Antologia dos Poetas Brasileiros da Fase Colonial”. Depois destas incursões, tive ocasião de ler obras variadas, antologias e criações individuais.

No “I Colóquio da Literatura Angolana”, celebrado em Luanda, em Dezembro de 1997, o escritor e crítico Fábio Lucas, sugeriu-me contactar com novos valores da poesia brasileira que possibilitaram as minhas expectativas de expor essa diversidade, contemplando as evoluções que se deram no Brasil na última metade do século XX. Encontrei-me, de uma óptica muito pessoal, com autores representativos da tradição e, também, da inovação, exprimida com grande pureza e sensibilidade.

Fica esclarecido, portanto, que os poetas aqui incluídos não representam a totalidade, dado que estamos ante um dos países mais prolíferos do mundo, quanto à poesia publicada, e de enorme atractivo quer pela sua qualidade quer pela sua quantidade. Na Europa não se conhece suficientemente a poesia brasileira, à excepção de Portugal.

Com Cassiano Nunes, retomamos sessenta anos da poesia brasileira do século XX, desde os anos quarenta, década em que se publicou o seu primeiro livro. A oferta poética de Nunes está articulada dentro de uns parâmetros liberalizadores, tanto a um nível ético como estético. Este poeta foi um dos iniciadores do denominado “pesquisismo”, embora o peso poético do modernismo se fizesse notar nessas datas iniciais. A sua poesia e intimidade existencialista serve-nos de ponte para transcender à outra margem, além do modernismo.

Na sua poesia cabem aqueles seres ou coisas que estão à margem do quotidiano. A eles é que nos leva para encontrar a essência mais pura da arte poética da poesia brasileira da sua época. Estamos perante o infatigável pesquisador da palavra exacta, do ritmo e do tempo, que configuram a permanência da sua criatividade poética.

Entrados na década de cinquenta, vemos que a poesia de César Leal irrompe, em 1957 sob o título: “Invenções da Noite Menor”. Depois, chegam-nos outros livros de poemas sugestivos como “Tambor Cósmico”, “Os Heróis” e “O Arranha-Céu e Outros Poemas”. Em todo este conjunto poético de César Leal, articulam-se os valores profundos da idiossincrasia brasileira. Leal visualiza plasticamente a comicidade que nos tributa a sua refinada sensibilidade. Em “Tambor Cósmico” revela-se genial e inovador. A esse respeito, Cassiano Ricardo, autor do prólogo do citado livro, diz: “Tambor Cósmico inaugura, como o título indica, o mundo a que chamei dos sobreviventes, mas de forma muito mais eficaz”.

No livro: “César Leal poeta e crítico de poesia”, organizado pelo escritor canadiano, Sébasten Joachim, o poeta e crítico brasileiro, Mário Hélio, diz: “O conhecimento teórico e a erudição não comprometem a poesia nem limitam o alcance da visão de César Leal, ao contrário do que acontece com o movimento concretista que tem uma visão estreita numa concepção aberta do poema, reduzindo-o de uma forma consciente às possibilidades, apesar dos milhões de combinações, e das probabilidades de infinitas leituras”. Também Ana Lúcia Lependa faz menção da poética de Leal “acentuadamente polissémica, por estar vinculada a sensações que englobam uma vigorosa experiência do mundo objectivo, o qual, na sua exteriorização, se expressa lírica e dramaticamente numa visão subjectiva em torno de ser para ser”.

Outro dos críticos de César Leal, Clodomir Monteiro, faz alusão a alguns dos atributos de “Tambor Cósmico”, ao precisar: “O mundo concreto dos cérebros, livros, máquinas, computadores e registros de toda a espécie se articulam com o território comum do leitor e autor, separados na sua subjectividade individualizada, juntos pela experiência estratificada do mundo das coisas, repensada, criticada e renovada permanentemente pelo diálogo com o mundo da tradição cientifica e artística, onde o leitor e autor se juntam num único autor e num único consumo de texto. Numa só escuta dos sons da vida emitidos pelas coisas que tocam no tambor do mundo”.

A poética de César Leal, em todos os casos, adquire uma dimensão universalista em todos aqueles conceitos em que podemos distinguir a beleza, nos seus aspectos mais clássicos. A sua original estrutura enquadra-se num âmbito de matemática poética, de diversos processos criativos intemporais, transcendentes. Quanto a isto, António Vidon, disse a 28 de Dezembro de 1997, no “Jornal do Comércio”: “A transcendência é a forma de superação da experiência fragmentada, e aqui é percebida como procura do ser. Há duas formas de transcendência que não se excluem mas são complementares: a cósmica e a ôntica”. Evidentemente, há múltiplas formulações na obra poética de Leal que confirmam essa visão do parcial e, também, da totalidade cósmica.

Outro dos poetas universais que fertilizaram uma etapa decisiva da poesia brasileira é Lêdo Ivo. Este poeta faz parte da geração modernista de 1945 e é um dos membros mais sólidos que teve o pós-modernismo que conhecemos com o nome de “Panorama”. Aí esteve Lêdo Ivo, reivindicando e construindo novos espaços, sem negar a histórica geração Modernista, mas, antes bem, alargando essa herança. Neste sentido, não se produziu um divórcio generacional entre o modernismo e o novo movimento poético, chamado “Panorama” que Fernando Ferreira de Loanda recolhe numa publicação intitulada: “Antologia da nova Poesia Brasileira” (1951) e na qual figuram variadas e inovadoras vozes. A imaginação criadora manifesta-se agora em diversos recursos que vão do espaço regional ao neo-romantismo e do intimismo ao neo-simbolismo. Este novo panorama esteve representado por uma nova intelectualidade que utilizou a sua dialéctica como resposta a uma série de concreções dogmáticas.

Sobre esta geração diz Adonias Filho: “Cada poeta, pois, sem se sair do movimento, tem o seu verbo único e próprio”. Este princípio tão pessoal detectamo-lo também em Lêdo Ivo, quem, sem esquecer o passado, evolui com essa maturidade com a que sempre se identificou a sua criação escalonada, fruto de um pensamento dinâmico. Os críticos mais conceituados da poesia brasileira constatam o excelso universo criativo em que se move este poeta universal. Entre esses críticos, Cassiano Nunes diz: “A volumosa obra de Lêdo Ivo –autor fecundo, pródigo, num país que tão pouco valoriza a arte literária, já que os ricos não pretendem melhorar o espírito e os pobres estão dolorosamente absorvidos na luta contra a fome- exemplifica optimamente o itinerário de um ser humano disposto a ir até às últimas consequências na realização de um sonho vocacional”.

Igualmente, deste ensaio de Cassiano Nunes emerge uma certeira sentença sobre a vitalidade poética de Lêdo Ivo, com estas palavras: “Pessoalmente não se dobra ao código do bom comportamento, criado e recomendado pela civilização. Defende e justifica a sua rudeza como necessidade inerente à sua sinceridade, conforme deixou escrito: ‘a cortesia não figura entre os meus defeitos’. Desconfiado, ele, sabe que as ‘conquistas da civilização’ podem ser usadas copiosamente contra a disposição da verdade”.

Na arte poética da segunda metade do século XX, a Lêdo Ivo devemos várias entregas que têm merecido a atenção de críticos e de público. O professor português, Jacinto do Prado Coelho, disse dele que era um “Poeta genuíno dos maiores da nossa língua comum”. Igualmente, Willy Lewin, assinala que “Lêdo Ivo é um poeta íntegro. Nele estamos sempre seguros de encontrar elementos (muitos, do meu agrado) que se vêm tornando cada vez mais raros numa certa indistinção geral: - todo esse aparato tornado possível e fecundo pela inolvidável (e muito séria) lição surrealista”.

Em Lara Lemos encontramos uma das vozes mais sensíveis das sugestivas crónicas de carácter existencialista. A sua poesia denuncia e protesta contra a opressão das ditaduras brasileiras. “Inventário do Medo” é um livro de poemas beligerante contra qualquer despotismo manifestado ou submergido. Este livro é um manual poético fruto de experiências reais, nas prisões da ditadura. Lara Lemos, pela sua atitude de luta em favor das liberdades, “pagou um pesado preço à repressão, não apenas como artista e pessoa, mas também como mito” (Moacyr Scliar).

Neste livro está representada a aflição de todo um povo submetido e reprimido. Lara Lemos constata-o como testemunho de excepção. Estes poemas de luta, luz e liberdade lembram-nos aqueles de Barbosa du Bocage, “No Cárcere”; de Luís Veiga Leitão, “Noite de Pedra”; e de António Jacinto, “No Tarrafal de Santiago”.

Com Lara Lemos, estamos perante uma poeta essencial e uma poética necessária, onde a dor se converte em preço de liberdade. Poeta de voz desafiante, exigente e solidária a favor dos direitos humanos. Um temário que representa o grito da dignidade e da esperança.

De Porto Alegre, como a anterior, encontramos a fascinante voz de Leonor Scliar-Cabral. Uma poeta preocupada por denunciar a história, feita a golpes de intolerância contra os sefarditas. O seu livro, “Memória de Sefarad”, descreve-nos episódios e comportamentos da Espanha dos Reis Católicos e que motivaram a expulsão dos judeus em 1492 e, posteriormente, a utilização de toda a maquinaria inquisitorial.

“Memória de Sefarad” é um livro de poemas necessário e pontual para recobrar a memória e a identidade daquela Espanha que não pôde ser ela mesma na sua diversidade. A Espanha que perseguiu os seus filhos sefarditas, despojando-os da sua própria pátria. Leonor Scliar-Cabral oferece um livro de poemas revelador da grandeza e do poder cultural dos judeus em toda a Península Ibérica e também do ultraje manifestado nas fogueiras. O pranto não emudecido de meio milénio e a fraternal lembrança ressurgem nos contundentes versos de Leonor Scliar-Cabral, que recordam a multirracial Toledo, o Call de Girona, a vigorosa Córdova e a calma e castigada Granada. Todos estes lugares estão presentes na sua poesia, carregada de ternura e ressurgida daquele fatal desencontro.

Leonor Scliar-Cabral é, além disso, autora de “Senectute Erótica”, um livro em que se aborda um tema e um problema de primeira magnitude: a realidade da mulher no nosso tempo e a sua liberdade, reivindicada nesses poemas que agridem o obscurantismo e a alienação feminina. Muitos dos seus sons e ritmos lembram-nos os melhores poemas antigo-testamentários do “Cântico dos Cânticos”.

José Santiago Naud, oferece-nos variadas temáticas numa obra extremamente ampla, madura e dinâmica. A sobriedade inventiva está à margem de particularismos exibicionistas. Os seus registos pessoais fazem de este poeta uma das vozes mais contundentes do Brasil.

“Memórias de Signos”, um magistral trabalho, proclama a maturidade de um poeta que, do seu contexto regionalista, gaúcho de Rio Grande do Sul, se universalizam nos seus versos. A sua temática oscila entre a erótica mais decidida e cósmica até às ciências ocultas.

Uma incursão poética bem diferente da anterior é a que nos oferece Jorge Tufic, um poeta que nos submerge no mito da força de essa palavra que revela a cultura indígena do Brasil, cultura tão desvirtuada e depredada por poderosos interesses. Eis o poeta da ancestralidade que nos conduz à oralidade e à mitologia de uma cultura marginada, que se resiste a desaparecer. Poesia eficiente e necessária para o reencontro com os sinais distintivos da cultura do Brasil pré-colombiano menosprezada, e da qual o autor dá testemunho com rigorosa delicadeza.

Para seguir o itinerário balizado por Jorge Tufic é imprescindível o seu livro: “Boleka”, no qual manifesta uma poesia de investigação sobre um espaço e onde o poeta busca a oralidade de um grupo étnico. Neste género, Tufic assinala o seu rigoroso domínio. Este poeta cearense é também autor doutros registos poéticos, entre os que há que salientar os seus conseguidos sonetos.

No livro “As Linhas da Mão”, do poeta e embaixador, Alberto da Costa e Silva, encontramos fascinantes recursos estilísticos que reflectem a grandeza e a plenitude da sua poesia. Aqui aparece o existencialismo mais activo e sugestivo em todo o seu esplendor. Diz com justa razão o autor do prólogo de esse livro, António Carlos Villaça, que o seu autor canta às “coisas simples” e as amplia a uma cosmovisão onde resplandece a tradição brasileira, concretizada em atributos e peculiaridades várias. Os mais atentos observadores da sua poesia incidem em que a sua criação está assinalada pela infância e pelo retorno às coisas.

Em “Ao Lado de Vera”, em certo modo elegíaco, de tradição clássica, reafirma a poesia de Alberto da Costa e Silva como uma das mais pessoais e autênticas do Brasil, fiel ao ritmo musical e a certo grau de melancolia. Estamos, então, ante “um poeta que é dos maiores que possui o Brasil na actualidade”, tal como nos assinala o crítico, Fausto Cunha.

Embora alguns críticos a situem na poesia de 45, o certo é que a obra de Renata Pallottini tem pouco a ver com aquela geração. De acentos formalistas e neo-simbolistas, alguns dos mais estritos observadores da sua poesia a localizam dentro do chamado realismo dinâmico.

A poesia de Renata Pallottini resplandece nas coisas mais simples. A partir de uma reflexão sobre o mundo que a rodeia, a sua poesia impregna-se de uma filosofia da vida assinalada por signos existenciais, maravilhosa e pessoalmente elaborada. Na sua obra encontramos temas universais. Entre eles, Espanha, com livros dedicados aos lugares a que tem peregrinado e captado.

Hugo Mund Júnior é outro dos poetas necessários em qualquer debate sobre a poesia brasileira. A sugestibilidade da sua criação não restringe a sua poesia, muito pelo contrário, já que a rigidez não é uma característica da sua criação. A palavra desafiante de Mund rompe os limites de estereótipos ou esquematizações tradicionais. Emerge da sua própria liberdade e da transcendência da sua sabedoria, anteposta a qualquer tópico que pudesse distorcer a sua criação. Estamos perante um poeta que foge do superficial e tenta penetrar no obscuro domínio das coisas e dos seres. Na poesia de Hugo Mund Júnior constatam-se várias frequências criativas, harmonizadas no seu próprio projecto criativo.

Proclama-se a soberania da palavra, que não permite filtros nem adulterações. O leitor de Hugo Mund Júnior pode comprovar que a sua poesia não é adequada para consumir numa simples leitura mecanicista. É preciso discernir as suas diversas sugestões simbolistas, indagar naquilo que este poeta preserva, exteriorizar todo o seu nascente criativo, decididamente original. Sendo fiel a ele mesmo, é imune aos contágios e limitações que se vêem noutros epígonos, o qual a boa poesia permite e agradece.

“Cramoscópio”, é um excelente livro de poesia de Anderson Braga Horta, um excelente poeta de Minas Gerais que mora em Brasília. A sua preocupação criativa está presente numa técnica de expressividade depurada. A ancestralidade e o telúrico manifestam-se nos seus versos como conhecimento que indaga no futuro. Um dos seus mais refinados críticos, é o também poeta Moacyr Félix, quem põe de manifesto os vários acentos criativos da sua poesia. Também sublinha o crítico Omar Brasil, a emoção que lhe produz a beleza da sua obra.

Assinalemos também a opinião da crítica Enriqueta Lisboa, quem opina que a poesia de Horta: “É cuidadosa e eficaz, para a associação das ideais e ressonâncias, a selecção dos vocábulos, um tanto contundentes e criativos”. Os registos poéticos de Anderson Braga Horta prolongam-se pelos horizontes de Brasília, onde descreve e interpreta com plenitude e contundência realidades e sequências da vida social.

Outro poeta mineiro, a morar em Brasília e que não é alheio aos diversos horizontes literários que inspira a capital federal, é Joanyr de Oliveira. Tem merecido a atenção e o respeito dos críticos mais significativos do Brasil. Três poemas da sua autoria, nesta antologia, são suficientes para captar a sua dimensão criadora e o seu discurso, que é ponderado, bem construído e definido. Neste sentido, é categoricamente explícito o escritor Salim Migol, ao opinar que Oliveira é autor de “Uma poesia contida, densa, elaborada, banhada por um sopro lírico de alguém que domina e sabe elaborar a sua linguagem. Nela está presente uma sensibilidade aguda, atenta à realidade de hoje e ao drama social do ser humano”.

A poesia de Leila Echaine projecta uns versos carregados de plenitude e de auto-afirmação. Esta poeta confirma-se num temário não rígido, onde a metáfora proclama o seu lugar e a linguagem tem a força contundente que sai do íntimo, obstinadamente reflexivo.

Outro dos grandes nomes da actual poesia brasileira é, com certeza, o de Nauro Machado. Os seus ecos ressoam em todo o Brasil, desde o Estado de Maranhão. Na sua voz concretiza-se um universo amargo e conflituoso. É o poeta na procura da liberdade humana. É, além disso, um mestre na técnica, destacando pelos seus poemas comprimidos como um grande artesão. Consegue harmonizar a mensagem e a musicalidade, através dos quais o verso flui e se expressa. No mais íntimo dos versos de Nauro Machado observa-se uma pureza originária, fruto de uma consciência que surge da observação do drama e do próprio conflito existencial. É aqui onde Nauro Machado transita por um espaço transcendente, pela prática mesma do quotidiano. E o quotidiano no Brasil, como em tantos países do globo com panoramas lamentáveis e excepcionais, feito à medida dos ditadores, encontra eco nesta poesia que procura a verdade das coisas mais simples; uma poesia forjada por um poeta beligerante, que manifesta estar preocupado pelas liberdades próprias e alheias, preocupado profundamente pela tragédia e a angústia que suportou o seu país, sentimentos que manifesta através da beleza da sua criatividade.

Forja um poema atrás de outro e com eles culmina um livro atrás outro. Observa-se neles a poesia da vida e transparentam-se os profundos sentimentos de um poeta que nos dá a impressão de que não conhece limites nem mistérios. Não há dúvida de que a sua palavra poética, emancipadora, activa uma ordem nova que rompe o círculo hermético que outros poetas brasileiros manifestam. A vocação e o esforço de tentar humanizar-nos com o poema é uma das prioridades que se tem traçado Nauro Machado na sua longa trajectória criativa. Para isto, tem sabido buscar a palavra exacta e contida, a comunicação fluida e equilibrada.

A obra poética de Nauro Machado é estudada e analisada pormenorizadamente por excelentes críticos e observadores, como Ubirata Teixeira, quem nos diz: “Nauro é o ícone da cultura maranhense, o que extrapola as suas próprias fronteiras, aquele que guarda a coragem divinatória de despir-se em público para revelar o íntimo da sua dignidade humana, a podridão do próprio homem”.

A poética de Machado é fruto da sua vocação por emancipar o ser humano das suas tragédias. É fruto da sua vocação de lutar pela verdade do desprotegido e marginalizado. Nauro Machado protesta e denuncia. Como muito bem nos assinala Wilson Alvarenga Borges: “ O seu verbo está ao serviço de uma vocação que exclui qualquer possibilidade de evasão”.

Uma sensibilidade poética diferente à de Nauro Machado, mas também importante, é a de Astrid Cabral, uma poeta que sabe impor a sua impressionante força ao poema, de diversos modos. O verso refrescante de Astrid Cabral irrompeu na poesia brasileira para legitimar uma nova ordem na arte da beleza poética. A sua original obra é fruto da sua incessante investigação. Em vários dos livros que conformam a sua esplêndida obra poética, palpita a sensibilidade que nos possibilita viajar aos espaços onde convive a angústia e o amor.

O amor e a defesa da mulher aparecem também com reiteração na sua obra. A libertação da mulher e a sua ascensão às estruturas culturais, sociais e económicas são referências que se perpetuam na sua poesia.

Traz, como não, à sua obra, a sua experiência de outros quadros geográficos pelos quais tem transitado, tanto em qualidade de exilada como de diplomata; países como os Estados Unidos, o Líbano, a Síria, a Grécia e o Irão.

Com razão opina o crítico Fábio Lucas: “Trata-se de um percurso da sensibilidade, cujo veículo de manifestação é a palavra poética: lírica e dramática, densa e engenhosa. No Mediterrâneo ou no Mar Vermelho, no Egipto ou na Síria, os acidentes são, antes, evocações históricas. Os objectos e as personagens são estímulos de criação... Como em qualquer rito mágico, não escapa da técnica de Astrid Cabral”.

O drama e a luta pelos direitos da mulher brasileira também o encontramos na poeta Arlete Nogueira da Cruz. Em “Letania da velha”, Arlete manifesta a sua preocupação por observar o universo das mulheres e dos meninos que sofrem e suportam a carga da desigualdade e da discriminação. É impressionante a sua voz de dor e denúncia por causa de trágicos acontecimentos. Em definitiva, é o seu um cântico existencial, fruto de uma atitude premeditadamente cívica, em favor dos mais fracos.

Myrian Fraga é autora de vários livros, entre eles, o intitulado “Femina”, uma entrega poética pela qual discorre uma poesia inovadora, que busca surpreender-nos e consegue-o, com formas nítidas, transparentes e lúdicas; com a palavra exacta. Myriam Fraga é artífice de uma procura profunda da palavra poética, com a qual levanta uma arquitectura lírica, em que o ritmo se acomoda e dá lugar à poesia.

Em Myriam Fraga concorrem varias temáticas, que são fruto de uma ideia central. Manifesta uma tendência ao verso comprimido e a poemas ajustados a uma mensagem concisa, sem renunciar à beleza.

De José Godoy Garcia só tenho lido “O Flautista e o Mundo Sol Verde e Vermelho” e em ele descobri a generosa oferta de um autor que nos comove quando evoca com dignidade e ironia o retorno à humanização das coisas e dos seres, ao abandono da alienação e a degradação.

Os seus poemas existenciais desvendam rebeldia, tão necessária e oportuna para mudar tantas coisas que continuam a escravizar os nossos semelhantes mais desprotegidos. A sua poesia ergue-se contra o silêncio dos que vivem no seu aposento de vaidades e que tratam de ignorar as humilhações de tantos. Trata-se de uma poesia de necessário social, nascida de um contexto marginal e da chamada luta de classes. E é neste espaço onde se articula a vitalidade dos seus versos. Como muito bem se apercebe o poeta cubano Nicolás Guillén: “Lo poético es un fenómeno social ligado profundamente a condiciones económicas e históricas concretas”.

As vozes dos clássicos regionais de Rio Grande do Sul estão representados pelos gaúchos Luiz Coronel, Carlos Nejar e Érico Veríssimo. Estes autores enaltecem os seus próprios valores culturais dentro do Brasil. Luiz Coronel é um dos melhores exemplos de isto. Sabe introduzir-nos no mais íntimo das vibrações populares, encarnando a grandeza de uma estirpe, no seu próprio tempo e espaço. Luiz Coronel comove-nos através do mito e a ancestralidade. Quando reflecte esse universo tão seu, não é para encerrar-se num hermetismo de tópicos e tradicionalismos ultrapassados, mas todo o contrário. A sua poesia é aberta e esclarecedora, tendente ao universal. De ele diz Armindo Trevisan: “Os poemas de Luiz Coronel são musicais, líricos e realistas ao mesmo tempo. A grande poesia é isso: magia verbal e imaginação estimulante. Os novos caminhos que o esperam não serão menos surpreendentes e maravilhosos dos já transitados”.

Nos poemas de Luiz Coronel que temos incluído, estão presentes temas elegíacos e épicos, pelos que transcende essa magna odisseia do universo gaúcho. Os personagens heróicos estão presentes nesta excelsa obra, que nos permite conhecer e compartir a luta de um povo pela sua própria sobrevivência e identidade. A poesia de Luiz Coronel serve-nos para transitar pela memória histórica de uma das culturas mais criativas do Cone Sul americano. Os cânticos, louvores e a sátira gaúcha proclamam-se na sua poesia. Este autor tem também outros registos como o que se manifesta no seu livro de poemas: ”Um Girassol na Neblina”, que representa outro exemplo da sua diversidade e o seu domínio criativo.

Outra poeta necessária na poesia brasileira é Maria Carpi. Dizemos necessária porque esta criadora é depositária de uma poética existencialista e não é escrava de qualquer dogma ou esquema. Assim, pois, encontramo-nos com uma autora exigente e capaz, com vários campos expressivos e uma completa obra pessoal. O místico, o divino, o social, o pessoal, conferem identidade a esta poeta.

Outra autora de bom fazer lírico brasileiro é Lenilde Freitas. De ela, disse Elisa Guimarães: “Sem apelar a recursos retóricos no tratamento do processo criador, Lenilde Freitas construi com raro equilíbrio estético uma poesia a um tempo extremamente simples e lucidamente profunda”. Estas palavras apontam directamente à intimidade dos seus versos. Segundo Fábio Lucas, “Nota-se uma atmosfera intimista, associada a um vivaz espírito de agudeza. Distancia-se do modelo épico, pois é clara a sua proximidade ao campo lírico”. Neste caso, Fábio Lucas fala-nos do livro de poemas: “Desvios”, um livro fundamental, repleto de significados e mensagens.

Por outra parte, quando Adélia Becerra de Meneses faz o prólogo de outro livro de Lenilde, “Esboço de Eva”, diz que esta obra nos “propõe uma releitura do mito bíblico” O certo é que este livro aborda uma reflexão feminista que abrange toda a problemática da mulher, através dos tempos. Eva expulsa do paraíso, o protótipo da mulher expulsa e deserdada do seu próprio corpo. Lenilde Freitas conduz-nos através da sua metáfora até à mulher reivindicativa, para deixar de ser incompleta.

É bastante complexo internar-se na poética de um dos mais sóbrios e rigorosos poetas brasileiros, como é Carlos Nejar. Este poeta gaúcho, como ele gosta de se definir, é crítico, novelista e antologista. É uma das personalidades mais brilhantes da actual poesia brasileira. Nejar visiona ao ser humano a partir de vários espaços analíticos. Não elude abordar temas sociais, as misérias irredentas. A sua lucidez poética passa pela denúncia contra qualquer agente totalitário. Percebe-se a vocação humanista que respiram os seus versos, de extraordinário fulgor e transparência inimitável.

O crítico literário, Temmístocles Linhares assinala que Nejar é o poeta da criatividade livre, que não está atento às vanguardas do momento nem a uma disciplina regida por cânones que não são da sua própria convicção literária. É verdade que este poeta gaúcho não tem entrado nessas simplicidades teóricas que se manifestaram em certas esferas da poesia brasileira dos anos sessenta e setenta. Assim o confirma Linhares: “Ele é simplesmente poeta e penso que não quer ser outra coisa. Faz poemas como o canteiro faz casas, como o padeiro faz pão, alguma coisa do concreto do real e que é alheio a essas extravagâncias tão problemáticas”.

Outro de seus críticos, Léo Wilson Ribeiro, confirma: “ A poesia de Nejar nunca é uma criação esporádica ou bissexta”. Transcendência e transparência são dois elementos básicos do equilíbrio vital da sua poética.

De Minas Gerais, chega-nos o eco de Marta Gonçalves, o seu livro: “Paisagem Imaginada”. Um livro de poemas que nos descreve a fecunda identidade do microcosmos mineiro. O seu trânsito por essa geografia paisagística e arqueológica deixa-nos as suas emotivas impressões, a sua paciente e idílica experiência psicológica.

É fiel aos seus próprios perfis e à memória colectiva, que por vezes nos lembra essa crónica bem matizada e resolvida com a que Manuel Bandeira se recriou. Marta Gonçalves procura na memória a solenidade das coisas. Por isso, estamos ante uma activista da poesia, com uma numerosa e cotada obra poética.

Desde Minas Gerais vamos até Bahia. Ali encontramo-nos com a grandeza poética de Ildásio Tavares, pedra angular da lírica brasileira. O seu eco fecundo e cheio de autenticidade é determinante. A sua contribuição é louvada por aqueles que o seguem de perto. Assim é de rotundo Fábio Lucas: “O trabalho de Ildásio Tavares vai além do divertimento semântico. Sob pretexto de personagens de nossa história, constrói sonetos repletos de sentido, mensagens plurivocais, com essas palavras explosivas, pois, no curso da sonora abundância activam-se além das ideias, como uma carruagem iluminada na escuridão da noite”.

A autenticidade do seu trabalho, obstinadamente puro, levou o escritor Jorge Amado a opinar o seguinte: “Espírito inquieto, cheio de interrogações, buscando ansioso a resposta para uma quantidade de perguntas que estão em muitas bocas mudas. A poesia de Ildásio às vezes parece sacudida pelo vendaval das dores do mundo. Na sua circunstância poética, o social ocupa um importante espaço, quando não a própria condição política do ser humano”. Jorge Amado leva-nos a um lugar comum, que é a problemática social, tão presente na poesia de este poeta.

Em toda a projecção de Ildásio Tavares esgrime-se uma voz contundente, baseada numa linguagem não limitada nem submetida por nenhum tópico esnobe. Tavares está noutra dimensão, senhoreando a palavra, a metáfora e urdindo com elas uma mensagem capaz de sintonizar com uma ampla visão do quotidiano.

De Márcia Theóphilo chegam-nos dois sugestivos livros, que respondem à sua profissão de antropóloga. Neles manifesta estar atenta aos aborígenes do Amazonas, em cujos mitos milenários penetra. Reivindica esse universo tão pessoal como é o da Amazónia. Márcia Theóphilo reflecte na sua poesia as pautas de essa civilização que vemos claudicar, sob interesses depredadores.

O aspecto social, existencial e ecológico da sua obra transcende além de um simples bucolismo. Na sua poesia de denúncia cabe o grito colectivo. A presença do humano também tem ressonâncias do telúrico e o ancestral. A base da sua obra fundamenta-se na ancestralidade mitológica e na celebração do mais sublime que esconde o espaço amazónico. É tenaz na defesa ecológica e em procurar a reconquista do paraíso perdido da Amazónia brasileira. Como bem diz Rafael Alberti, neste poema dedicado à poeta brasileira:

“Con un nudo en la garganta,
Márcia Theóphilo grita,
Marcia Theóphilo canta.

Ondo corazón alerta, hondo?
dura voz denunciadora
en clara sonrisa abierta.
(...)
Los indios exterminados
en las tierras invadidas
de los bosques saqueados.
(...)
Paraíso terrenal,
en donde nadie moría,
donde el indio era inmortal”.

Com certeza, Alberti captou neste poema a paixão de denúncia que permanece no grito-cântico de esta autora, contra a depredação do meio e o extermínio dos índios. Márcia Theóphilo é a poeta da denúncia e da consciência colectiva.

São muitas as referências que se realizam de Ruy Espinheira filho. Trata-se de um autor de linguagem poética, sóbria, depurada e esclarecedora. Estamos perante um poeta cósmico, com grande poder de persuasão; um grande lírico, que nos conduz a experiências insólitas quando nos submergimos nos seus versos. Os registos de este poeta são autênticos e a capacidade da sua voz desdobra-se com força no panorama mais inovador da poesia brasileira actual. Segundo Fábio Lucas, rigoroso crítico literário, Ruy Espinheira Filho: “É uma das vozes mais autênticas da nossa poesia. Lirismo de grandes voos”. Faz anos, concretamente em 1974, Carlos Drummond de Andrade qualificou o livro de Espinheira filho, “Heléboro”, como “Poesia concentrada e de subtil expressão”.

Outra voz poética peculiar e importante é a de António Brasileiro, que se inscreve na parcela metafísica e se orienta para as coisas mais simples e olvidadas, para colocá-las no lugar que lhe corresponde. A sua poesia encarna o universo por onde o homem transita com as suas glórias, inquietudes e angústias. O palpitar do homem, dentro do seu microcosmo, sempre deixa pegadas que a sua poesia recolhe, assim como a procura obstinada do imperecedouro e do mistério.

A sua prestigiosa e pessoal poesia é um dos contributos mais atractivos da criação lírica desde os anos sessenta até à actualidade, mérito que se tem reconhecido a nível nacional. A obra de este poeta baiano demonstra domínio da linguagem e do conhecimento e abre grandes perspectivas à inovação da poesia brasileira.

O poeta mineiro, Aricy Curvello, apresenta-nos uma poesia nítida, sóbria e concisa. Fruto de uma consciência social, a sua poética responde a um espaço sociopolítico no que procura, tenazmente, a justiça. Aricy Curvello foi perseguido e encarcerado na ditadura militar de 1964, pela sua atitude em defesa dos direitos humanos; portanto, a sua poesia responde a essa ética de denúncia e liberdade. A sua obra contribui, pois, a forjar uma nova ordem sociopolítica. A trajectória da sua criação surge da sobriedade do ritmo e do reiterado compromisso em favor das liberdades do Brasil, na época da ditadura. Ética e estética florescem juntas, conformando uma mensagem equilibrada e rotunda, com o fim de promover uma mudança de atitude frente à falta de liberdade. Poesia, pois, beligerante, de compromisso cívico. Há outro aspecto importante na poesia de Aricy Curvello e é a intimidade com que trata os seres e as coisas no seu estado natural, graduando a tensão em positivo.

Outro dos poetas de alta qualidade criativa é Pedro Lyra, natural de Fortaleza (Seará). Confirma-nos o seu profundo conhecimento da poesia a partir de três dimensões diferentes mas complementares: como criador, como crítico e como antologista. Nesses três âmbitos está presente a liberdade. A sua poesia domina a linguagem aberta e estimulante, capaz de criar uma visão nova na poesia brasileira. É o poeta da diversidade temática, em que concorrem o poema ideológico, de crítica política e social e o poema pedagógico, através da “microestrutura do verso”, expressão que utiliza o crítico Gilberto Mendonça.
Outro dos seus críticos importantes é Assis Brasil, quem reflexiona sobre o seu profundo alcance criativo. Em qualquer das análises dialécticas que se têm realizado sobre a sua poesia, sempre surge o tema ideológico. Encontramo-nos, mais uma vez, ante uma poesia primordialmente social. Trata-se de um poeta generoso e indispensável na poesia brasileira actual.

Sérgio de Castro Pinto tem interessado aos críticos mais prestigiosos e estudiosos da poesia brasileira. A sua obra mereceu um livro analítico de João B. de Brito, intitulado: “Signo e Imagem em Castro Pinto”. A sua obra poética alicerça numa produção nítida, livre e autêntica. Este poeta do Paraíba resulta-nos vital e explícito no trabalho poético que realiza e coloca-se justo entre os grandes criadores da poesia brasileira. Poucos elementos quebrantam a sua precisão meditativa e autocriticista.Sérgio de Castro Pinto tem uma direcção traçada, um caminho que ele “fez ao andar”, pelo qual transita solidamente e no qual a sua linguagem resplandece e emociona, com o seu verso limpo e depurado e o seu compromisso com a lucidez.

De João Carlos Taveira diz-se que, dos poetas de Minas Gerais, é o que menos tem perdido a sua originalidade regional. A sua transparência poética é bem notória no Brasil. O seu domínio do verso abre-lhe horizontes excepcionais, dado que o seu universo poético é fruto de um prolongado exercício de procura estética. O espaço mineiro resulta-lhe fundamental, como muito bem nos recorda o poeta e crítico, Casiano Nunes: “Taveira é muito representativo de seu contexto cultural: Minas Gerais.

Os diversos livros de poemas de Taveira congregam-nos na realidade existencial, através do rigor inquestionável dos seus versos, ordenados com simplicidade e impregnados da metafísica que o poeta extrai do quotidiano. É assim como sentimos a emoção sonora de esse rio equilibrado e lírico que, sem transbordar do seu leito natural, flui gradualmente. A personalidade e as raízes mineiras de João Carlos Taveira fazem parte da sua trama poética e conformam, com certeza, a sua personalidade, tão acusada e vital e em comunhão perpétua com o seu meio espacial.

O poeta da Pampa brasileira, Carlos Nejar, opina que “Taveira consegue a madurez do verso e do silêncio. A música de uma viagem incandescente entre Minas e o amor, passando pelo mundo. Poesia contida, densa, dúctil, serenamente humana”. Outro poeta mineiro, Anderson Braga Horta, referindo-se ao livro de Taveira: “Aceitação do Branco”, diz: “Não sairão frustrados de estas páginas, pois a poesia de João Carlos Taveira é antes de mais um cântico”.

Nesse outro livro da sua autoria: “Canto Só” consolidam-se as estruturas de uma poesia, ou de um cântico solidário, que reafirma o compromisso de Taveira com o seu próprio processo criativo.

No Estado brasileiro de Santa Catarina, encontramos um dos poetas ligados à criatividade mais nobre e distinguida da poesia brasileira. Trata-se de Alcides Buss. É este um poeta preocupado pelo verso amatorio, tal como se manifesta no seu livro: “Círculo quadrado”. O amor está muito presente neste poeta. Em cada um dos seus livros, Alcides Buss reflexiona e distingue o que é amor do que é sexo.

Outro dos livros poéticos mais interessantes e sugestivos da obra de Alcides Buss é: “Transação”, no qual figuram alusões a poetas míticos da esfera brasileira, como Raul Bopp, Cruz e Sousa e Manuel Bandeira. Alcides Buss pratica a poética da memória. Resgata aquilo que se perde e se destrói. A sua dialéctica baseia-se em retomar o tempo perdido ou sem memória, codificando as coisas para que resistam à derrota e colocando-as nos seus versos como trofeu resgatado, estabelecendo assim a sua relação misteriosa entre o homem e as coisas que o rodeiam.

Outro dos poetas mais emblemáticos do Ceará é Luciano Maia, que nos descobre com enorme energia o seu Estado nativo. Um dos livros que mais reivindicam este espaço é o intitulado: “Jaguaribe”, nome do rio que atravessa o Estado cearense. Trata-se de um memorando sobre as aguas de este rio e dos horizontes por onde cavalgam, pelo Sertão onde as culturas estão feitas à medida e imagem do rio. Neste livro de poemas encontramos varias temáticas, a ecológica, a social, a económica e a antropológica; tudo girando ao som das águas. Portanto, Luciano Maia serve de médium entre o Jaguaribe e os receptores de estes poemas. A excelsa mitologia sobre o rio desperta-nos a admiração pelo seu microcosmo nativo.

A obra de Maia, “Seará”, está tutelada pelo topónimo de este Estado do Nordeste brasileiro. A temática de este livro concentra-se em aspectos históricos, relacionados com a ancestralidade de um colectivo que guarda a memória do Jaguaribe. O quadro telúrico e ancestral das margens de este mítico rio, servem-lhe como elemento chave para a modernidade da sua poesia. Estamos ante um poeta universalmente revelador de tudo aquilo que o Ceará nos oferenda.

Por outra parte, em “As tetas da loba”, Luciano Maia realiza uma incursão na latinidade e faz aflorar as fragrâncias culturais que a vetusta Roma espargiu por todo o Ocidente. Neste livro, estão os vestígios arqueológicos e os arquétipos da nossa essência cultural. Uma homenagem sincera deixa-se ver neste reencontro com as raízes ancestrais da inesquecível Sefarad e do universo, tão expressivo, da cultura árabe na Península Ibérica. A latinidade como elemento integrador e, também, como expressão da diversidade de culturas que enriqueceram os diversos solares hispanos até que os Reis Católicos mutilaram a harmonia cultural, da qual Brasil também se tinha nutrido, em diversos graus.

“Rosto Formoso”, outro dos títulos de Luciano Maia, lembra-nos os melhores poemas da criação clássica. Aqui, o poeta exibe os seus magníficos recursos para explorar e revelar a intimidade dos seres e das coisas.

Terêsa Tenório é uma das poetas de Pernambuco que se tem convertido em coluna da geração de 1965. Através da sua palavra poética, transitamos por imagens, símbolos e horizontes imaginários, repletos de beleza. Em “Corpo da Terra”, de cujo prólogo é autor Fábio Lucas, Teresa Tenório realiza a sua liturgia poética, regulada por uma atmosfera em que convivem o amor e a intimidade do vivido e o observado. A poesia de Teresa Tenório sulca o caminho de iniciação na reflexão e o diálogo. É uma criadora que nos surpreende com a sua habilidade expressiva e com a força do equilíbrio que emana dos seus poemas amorosos e cósmicos.

A obra do poeta catarinense, Vicente Cechelero é vital, dialogante e sintoniza com o essencial. Na sua poesia convivem Eros e Thanatos, numa relação nutrida de pinceladas místicas, que não excluem outros tipos de insinuações. Observamos também uma certa coabitação entre alguns aspectos do cristianismo e do budismo, num contexto cósmico e religioso.

Vicente Cechelero é um bom criador de poemas sintéticos, contagiados pelo quotidiano. Utiliza uma linguagem aberta, através da qual o poema impregna-se de significados.

José Nêumane Pinto é outro autor interessante. No seu livro, “Sóis do Silêncio”, integra-nos na pedagogia da sobriedade do verso, no qual inverte uma linguagem essencial e transfiguradora, para reflectir os ambientes sólidos em que se fundamenta a sua poesia. Outra das suas obras poéticas, que é um referente e que trazemos à presente antologia é: “Barcelona, Borborema”. Neste livro de poemas, muda de registo para codificar as suas impressões e expor a sedução que lhe produziu a capital de Catalunha. Trata-se de uma espécie de manual de iniciação para penetrar nos segredos que custodia Barcelona. Antoni Gaudí é o centro de esse mistério no qual também atingem protagonismo Miró e Picasso. Gaudí é o vínculo que une a arquitectura com essa outra estrutura maravilhosa que é o lirismo. Neumane fixa essas impressões que fazem delirar aos turistas e reflectir ao poeta. Nesta textura evocativa há poemas comovedores que nos levam, através de Barcelona, a evocar a sua própria cidade natal: Borborema. Borborema e Barcelona ficam, de este modo, em irmandade no verso e abraçam-se graças à universalidade que palpita na poesia de Nêumane.

Outro poeta que nos fornece ecos hispanos, é o cearense Virgílio Maia. Com o seu bom fazer poético lembra-nos as luzes dos sefarditas, de Goya e as sombras de López de Aguirre ou de Francisco Orellana. Uma reflexão íntima entre o amor e o desamor que se deu no contexto histórico, entre a arrogância do vencedor e a humilhação do vencido. Na convivência daquela diversidade cultural e étnica impôs-se a intolerância, que lamenta e critica Virgílio Maia.

Em Suzana Vargas, poeta de Rio Grande do Sul, nas terras gaúchas de Brasil, observamos um trabalho austero e original, que confirma a esta criadora como uma peça importante da sua geração poética. Caracteriza-se, entre outras coisas, pela tensão criativa que infunde a sua obra, emanada de um ideário rigoroso e íntimo. Suzana Vargas, através do seu talento criativo e um ziguezague de palavras, constrói mensagens e com elas um espaço à medida da sua artesanal poesia.

Outra poeta do Sul de Brasil, em concreto do Estado de Mato Grosso, é Raquel Naveira, autora de várias entregas poéticas, através das quais nos apresenta um original ambiente místico. No seu livro “Abadia”, perfila-se um entusiasmo essencial que nos facilita uma incursão pela musicalidade e o ritmo em que se sustentam os seus poemas. Santos, profetas e um largo séquito místico desfilam pelos seus versos, que pretendem ser um refúgio lírico para a alma perdida.

As personagens despidas que aparecem na poesia de Naveira dão a sensação de carecerem do tempo necessário. A paixão de esta poeta leva-a, sucessivamente, a irritar-se e consolar-se em Deus e noutras divindades. Olga Savary, autora do prólogo de “Abadia”, afirma: “Como no vinho, fermenta o mosto quando todo vem à substância da pele. O espírito manifesta-se através do rosto: bondade, ira, desgosto”.

A poesia de Raquel Naveira encontra no Brasil uma terra receptiva pelo fulgor religioso da grande maioria das suas gentes. A poeta recolhe esta dádiva misteriosa que os deuses lhe oferendam. Mas a sua temática mística não deixa a um lado a injustiça que paira sobre os mais fracos. Nomeadamente a mulher, com as múltiplas cargas que a oprimem e discriminam, está na perceptível mensagem de esta poeta, do seu humanismo liberalizador.

O poeta mineiro Edimilson de Almeida Pereira poderia localizar-se no quadro da poesia étnica; neste caso, um retorno à expressão e à presença da África no Brasil, dos escravos negros que construíram a cultura afro-brasileira. A cultura da autenticidade e do mestiçamento é bem conhecida e admirada no Brasil e tem produzido grandes poetas negros ou mestiços, sem os quais a poesia e, em geral, a cultura brasileira, seria mais pobre. A este propósito, vem-nos à memória o pai do simbolismo brasileiro, João de Cruz e Sousa, poeta de sangue e cor africanos que imortalizou o cântico solene e profundo da alma ferida e amante da liberdade. Se retrocedemos a tempos mais afastados, encontramos Domingos Caldas Barbosa ou Natividade de Saldanha e com eles numerosos poetas afro-brasileiros, também testemunhos de essa cultura, vítima de tantas incompreensões.

Em “Corpo Vivido”, o excelente livro de poesia de Edimilson, a temática, como não podia ser de outra forma, versa sobre a África pura e mítica, na qual sempre estão presentes a oralidade e o cântico dos tantans. Aqui, a cultura e as tradições banto do Congo e a Angola ainda vibram nos corpos que não sucumbiram ante a escravatura. Edimilson de Almeida Pereira é um fiel cronista da grandeza de essa cultura. Estamos, pois, ante uma poesia directa, testemunhal e comprometida com a realidade cultural dos pretos. Uma cultura perfeitamente codificada por Edimilson de Almeida Pereira, que fornece sólidos recursos a um meio que lhe tem sido muitas vezes hostil. A poesia de Edimilson está nutrida de experiências. Por isso, sabe gerar uma obra formal, baseada nos atributos de uma comunidade estável, que não está a expensas de nenhuma outra. No projecto poético de Edimilson consolida-se um grande número de dimensões quanto a experiências e essências, com géneros e matizes elegíacos, simbolistas e costumbristas. Os acentos populares encontram-se tecidos nesses versos metafísicos.

Outro dos grandes poetas nascidos nos anos sessenta, de fecunda e fascinante criação, é Iacyr Anderson Freitas. Criador de decidida mestria, cujos versos proclama sílaba a sílaba; é assim como a sua palavra poética exerce o seu poder, manifestada no perfeccionismo das formas e nos efeitos que de elas emanam. Como nos diz Sônia Brayner, a autora do prólogo do seu livro: “Mece”: “Sob o signo de mudança instaura-se a palavra poética em “Mece”, de Iacyr Anderson Freitas”.

Na poesia de este já consagrado autor encontramos uma espiral em movimento perpétuo. A palavra com que ergue a sua lúcida arquitectura, nos seus mais harmoniosos movimentos rítmicos, respira existencialidade e proclama a memória das coisas. A sua poesia orienta-nos para um diálogo relevante. Todo um discurso de propostas básicas, de sugestões profundas e de percepções novas. O sentido das coisas faz parte do material de construção da sua poética.

Outro poeta mineiro, como os dois anteriores e da mesma geração, é Fernando Fábio Fiorese Furtado. No seu livro de poemas “Ossário do Mito”, leva-nos a percorrer ou recuperar o passado, através de poemas evocativos, sugeridos pela própria história. Recorrer ao mito implica romper o véu do tempo e desandar o caminho que outros realizaram. Fernando Fábio desafia os limites do temporal e no seu percurso imaginário chega a visitar e voltar a interpretar esses símbolos enigmáticos.

Através da memória, a sua poesia retorna a um mundo que dorme o sonho da história e no qual se localiza o mito. Este mito ressuscitado, sem códigos previstos nem censuras, chega como um presente deliberadamente preciso e essencial.

O livro de poemas “Enigmas”, é a estreia de Verôrica de Aragão. Foi muito bem recebido pela crítica, que lhe emprestou uma considerada atenção às coordenadas mais decisivas de este livro. Através do quotidiano, seduz-nos e nos conduz ao aspecto social e reivindicativo. Podemos dizer que a sua poesia é vigorosa, limpa e evocante.

A conquista do presente, sem olhar para atrás e sem pretender conquistar futuros, centra o discurso poético de Aragão. Em “Enigmas” há uns versos que podem tutelar o resto do seu livro de poemas, quando diz:

“Amar todo o presente
sem futuro nem passado”.

Na poesia de Verónica de Aragão manifesta-se a tradição da melhor poesia brasileira. Está pensada para o presente entusiasta, que vê as coisas desde a imparcialidade e que se aferra à verdade. Contém uma crítica lúcida, feita à medida das coisas, uma crítica social que procede de uma exaustiva averiguação existencialista.

Fabrício Carpi Nejar, unifica os seus apelidos para determinar o seu nome poético, Carpinejar. Este é um poeta jovem, nascido na década de setenta, que bem pode representar nesta Antologia um enorme contingente de poetas da sua geração. O último livro de Carpinejar, intitula-se “Um Terno de Pássaros ao Sul”, está editado no ano 2000 e serve-nos para entrar no umbral do terceiro milénio. Este livro enlaça o passado mais imediato com o presente e nele se pressagiam mudanças importantes no amplo espaço da poesia brasileira. Passado e presente são duas medidas bem calculadas no processo criativo de Carpinejar, um autor que já tem dado suficientes provas de conhecer os espaços compositivos que deseja trabalhar.

A importância da sua economia poética justifica-se pela autoexigência de controlar e estruturar cada um dos recursos expressivos, do qual surge uma poesia livre, harmónica e soberana.

Carpinejar tem um claro conhecimento e domínio sobre a estrutura de qualquer contingência que o poema exige. Neste sentido, as formulações básicas da sua poesia dependem, primordialmente, dos nexos e combinações de imagens, embora longe de um experimento de laboratório poético e sempre sem escravizar a palavra.

Xosé Lois García
Barcelona, 15 de Julho de 2001

 

La revolución del poema en Che Guevara

La revolución del poema en Che Guevara

La revolución del poema en Che Guevara
Xosé Lois García
Rebelión
Ernesto Guevara, el Che, desde su niñez en Rosario (Argentina), estuvo familiarizado con la buena poesía, dado que su madre era una asidua lectora de Baudelaire, Rimbaud y de otros poetas de lengua francesa que los leía en su original. El amor a la lectura poética le viene al Che de esta herencia familiar que ya de adulto tiene sus gustos especiales y particulares por la poesía hispanoamericana. A pesar de él comentar en muchas ocasiones que era un poeta frustrado ha demostrado que los nueve poemas que ha escrito son de permanente impacto.


Digo de impacto porque yo, particularmente, he tenido esa sensación cuando leí por primera vez los poemas del Che, publicados en 1979 en la Colección Visor de Poesía (Madrid), edición del poeta y escritor uruguayo, Mario Benedetti, titulada: “Poesía trunca. Poesía latinoamericana revolucionaria”. En sus páginas preliminares nos advierte Benedetti: “Esta es una antología muy particular, que incluye a veintiocho poetas latinoamericanos que dieron sus vidas por la causa revolucionaria, y en la que la mayoría de ellos murieron en plena juventud”. Exactamente, todos ellos fueron asesinados por estar vinculados a una causa noble como es la lucha contra el colonialismo en Latinoamérica y que sus acciones fueron truncadas. El título de trunca, viene precisamente de un verso del Che, que dice: “Te comprendo, golondrina truncada”, del poema, “Despedida a Tomás”.


Con anterioridad a esta antología de Benedetti, yo había leído a Javier Heraud, a Otto René Castillo, a Roque Dalton, a Francisco Urondo y a muy pocos más de los que figuran aquí. Y me impacto, en esta antología, ver los poemas del Che que yo desconocía y muy pronto me familiaricé con ellos desde diversas perspectivas y perfiles. Y fui abriendo en mi esquema mental un lugar para aquel mosaico en que figuraba el Che insurreccional, teórico marxista e intérprete de la lucha de clases y de tantas otras materias sociales y existenciales.
Antes de entrar en materia e intentar descarnar los poemas del Che, quisiera entrar en los gustos poéticos que él tenía y su admiración por ciertos poetas de su entorno y de su simpatía ideológica. Pablo Neruda, por su “Canto General”, fue el poeta que el Che tuvo el lujo de escribir una de las mejores páginas que la crítica le ha hecho a este libro. Para el Che era un libro de cabecera o de mochila dado que cuando fue asesinado en Bolivia llevaba “Canto General” de Neruda. Otro de los poetas que estaba dentro del habito de la lectura poética del Che era el peruano Cesar Vallejo y los españoles Federico García Lorca y León Felipe, a este último conoció en el exilio y tuvo relaciones epistolares con él. Dada esta premisa sobre los gustos y preferencias de la lectura poética del Che, digamos que ese vínculo que él ha tenido con la poesía no ha sido el más divulgado. Estamos hablando de un enorme y sensible poeta humanista, metafísico y existencial, su proyección poética nos es de gran valía para conocer los sentimientos del intelectual, del marxista, del revolucionario, del guerrillero, del economista, del hombre de Estado y del internacionalista, llamado el Che.


He aquí el poeta de las grandes dimensiones intelectuales y perceptor de que el poema es el arma eficaz para consolidar y luchar por las grandes causas y en favor de los desposeídos del mundo. El Che, recluido en la poesía y a pesar de decirnos que era un poeta frustrado, la escribió en México entre 1954 y 1956, los nueve poemas que de inmediato vamos a comentar. Son poemas escritos en el periodo muy próximo de irse a Sierra Maestra. Por tanto, estamos ante un poeta que es un ideólogo convicto y que conoce muy bien cada uno de los espacios políticos de Latinoamérica. Conoce in situ sus débiles infraestructuras, a sus gentes sumidas en la pobreza y, también, a las clases dominantes y opresoras. Porque aquellos viajes en bicicleta y en moto le sirvieron para conocer y censurar las “Venas abiertas de América latina”, como nos manifiesta Eduardo Galeano.


Aquí, pues, es en donde encontramos al poeta errante con su poesía a cuestas, con el recuerdo y el tempero en la mente y con todas esas gentes humildes en el corazón. En el poema titulado: “De pie el recuerdo caído en el camino”, leemos la siguiente estrofa:

“Esa mirada circular y fuerte
en un mágico pase de muleta
esquivó en mi ansia toda meta
convirtiéndome en vector de la tangente”.

Estamos ante un poeta profundo, que sabe economizar la metáfora y en ella esconder las aguas transparentes para saciar la sed de los que carecen de justicia social. Sabe de los dones y de las dádivas de la metáfora y por eso la emplea en momentos claves en que la memoria es el mejor testigo de recuerdos y penurias.
Pero el Che es el poeta que más allá de la metáfora sabe que la poesía, en sus artilugios y osadías, es un arma a emplear verbalmente en denuncias e incitaciones. Él sabía, puntualmente, que la poesía es el gran milagro de la humanidad, con la que se crean mundos y se estimulan conciencias. Y ya en los primeros poemas del Che, observamos esa arma que usa el poeta para denunciar al imperialismo yanqui, al decir:

“De una joven nación de raíces de hierba
(raíces que niegan la rabia de América)
vengo a ustedes, hermanos norteños.
Cargado de gritos de desaliento y de fe,
vengo a ustedes, hermanos norteños,
vengo de donde venimos los “homo sapiens”,
devoré kilómetros en ritos trashumantes;
con mi materia asmática que cargo como una cruz
y en la entraña extraña de metáfora inconexa”.

He aquí el hombre revelado en poeta para denunciar, en clave épica, las estructuras de la deshumanización, de la crueldad y de la rapiña imperialista. Por esto es que la poesía del Che no forma parte de ninguna escolástica de silencios. Es en ella, donde lo empírico del verso restituye del silencio el no callarse y el no rendirse. Es así como podemos ver en estos versos como un sureño desafía con la palabra en ristre el poder del norteño. En este poema hay versos premonitorios que señala que “La ruta fue larga y muy grande la carga”. Y en otro verso: “Estoy solo frente a la noche inexorable”. Todo este tejido de versos esclarece la ruta y la carga que hay que andar y descargar. En esta llamada de atención y de restitución emerge el filo de la ideología de la liberación humana. Surge aquí la poética del hombre nuevo que el Che esclarece y fornece aquella emanación de la utilidad poética al servicio de los oprimidos. El Che tenía muy claro el desfase de la poesía de salones y de los poetas que cantaban a lo lúdico en juegos florales frente a una poesía de contundencias y de emancipaciones. Rescatar la memoria del oprimido para poder ilustrar la esperanza y la libertad será siempre un acto revolucionario y la poesía su arma fiel. Cuando nuestro poeta contempla las injusticias a lo largo del continente, dice:

“Me vuelvo en el límite de la América hispana
a saborear un pasado que engloba el continente.
El recuerdo se desliza con suavidad indeleble
como el lejano tañir de una campana”.

En el poema titulado: “Despedida a Tomás”, el Che prima una serie de conceptos básicos y doctrinariamente marxistas. Nos ubica plenamente en el contexto de la lucha de clases y es aquí donde su empirismo poético esclarece muchos caminos desandados que así lo explicita:

“Tengo no obstante una fórmula mágica
-creo que la aprendí en una mina de Bolivia,
o tal vez chilena, peruana o mexicana,
o en el destroncado imperio del Sonora,
o en un puerto negro del Brasil africano,
o tal vez en cada punto una palabra-“.

Con todo este aprendizaje de una mina cualquiera o de un puerto cualquiera de Hispanoamérica, el Che se transforma en explotado proletario o campesino del pueblo. Pero también en el poeta del pueblo. Ser poeta del pueblo y para el pueblo, el Che tuvo que renunciar a muchas cosas, poner al pueblo por encima de su asma o de su estatus de médico. Pero el poeta del pueblo es aquel que no sólo canta al pueblo si no que aporta con la dialéctica del verso y del fusil la liberación de los trabajadores oprimidos. Y este término nos lo revela Ernesto Che Guevara, en estos términos:

“Y entonces, poeta blancuzco de cuatro paredes,
será el cantor del universo;
entonces, poeta trágico, delicado, enfermo,
serás un robusto poeta del pueblo”.

Pero el Che no sólo es el poeta que incide en las desventuras de los pueblos humillados. Los recursos de su poesía emanan de muchas otras dialécticas. Su discurso poético no se cierne a una obsesión o a una eventualidad, sino que su creación poética es fruto de su pragmatismo, de la observación y de la praxis. Como buen marxista que era, el tema contestatario, social, de subversión y de crítica existencialista los tenía supeditados a la idea del conflicto de la lucha de clases. La ideología del Che no era estática en ningún momento, porque la dinámica de su dialéctica le llevaba a comprender la evolución de la humanidad y del pensamiento social que cada sociedad tuvo en el contexto de tiempo y espacio. Por eso es que no nos resulta extraño pero certero su poema dedicado al río Nilo, en el cual expresa:

“Si hoy le canto al ayer de muerta piedra
y convoco los recuerdos de Tebas,
es que el presente aflora en tu pasado”.

El Che nos señala que para conocer el presente tenemos que rescatar y bucear en el pasado. Las lecciones del pasado esclaren bastante ese camino tenebroso del presente y del futuro. Aquí expone la dialéctica del proceso evolutivo y de las conquistas originarias de ese animal social, llamado hombre. El Che, en su poesía, expone una serie de referencias históricas que ilustran los diversos parámetros por los que la humanidad ha evolucionado gracias a sus luchas. Desde aquella lejana cultura de Egipto, forjada con sus mitos y sus realidades al lado del caudaloso Nilo, hasta llegar a las últimas tecnologías del mundo actual, el Che rescata todos sus iconos recomponiéndolos como un puzzle, hasta llegar a esa lucha de clases o de naciones que se manifiesta en la guerra entre egipcios e israelíes.
En varios poemas del Che está la presencia de lo telúrico, como no podía ser de otra manera. El hombre no es un objeto aislado del factor medio y del factor tiempo. Las fuerzas telúricas nos imponen sus límites y también sus sabias respuestas por las cuales podemos superar contradicciones. Esto no es nuevo en varios compendios de análisis económicos que nos ha dejado el Che, pero si que en su poesía el concepto histórico-crítico no deja de ser novedad.
En el poema, “Palenque”, el Che vuelve a recomponer ese puzzle con la piedra de las pirámides cultuales de los mayas, destruidas por el invasor español en Palenque y tergiversadas por el arqueólogo y antropólogo de turno. Ese gringo que domina todo pero al mismo tiempo desconecta de todas las realidades del antaño y del presente. El Che estuvo en Palenque, Tikal y Chichén-Itzá, y supo que el arqueólogo norteamericano Morley había clasificado a estos yacimientos arqueológicos como de segunda categoría. Y el poema del Che es así de explícito:

“Algo queda vivo en tu piedra
hermana de las verdes alboradas,
tu silencio de manes
escandaliza las tumbas reales.
Te hiere el corazón la piqueta indiferente
de un sabio de gafas aburridas
y te golpea el rostro la procaz ofensa
del estúpido “¡oh!” de un gringo turista.
Pero tienes algo vivo.
Yo no sé qué es,
la selva te ofrenda un abrazo de troncos
y aún la misericordia araña de tus raíces”.

Este es un poema de crítica real que solo lo logra un poeta de una inmensa dosis de sensibilidad como demostró tener el Che. Si deshilvanamos todo el poema y lo jerarquizamos veremos en una sola unidad varios componentes de crítica a realidades muy distintas y muy distantes. La fecunda y poderosa arquitectura hecha a la medida de las necesidades del pensamiento y de la cultura maya, depredada por los españoles, sirve de distracción al ocio de los gringos. Pero toda esa dispersión de piedras son oráculos vivos de una cultura despreciada y de una gente explotada.

El poeta Che Guevara nos ofrece en su entrega poética varios registros temáticos y en todos ellos queda expresado su talento y su talante en el dominio del verso. Pero en uno de ellos, titulado: “Vieja María, vas a morir” nos retrata la triste experiencia de una vieja lavandera, María, que el Che la convierte en el prototipo de todas las mujeres latinoamericanas que están sometidas a una doble explotación, la de la pobreza y la de ser mujer. Este lamento emocionado que el Che construye lo podíamos catalogar como uno de los grandes poemas contemporáneos del realismo trágico. Es en este poema, con toda su carga existencial, donde el poeta ha llegado a su cenit. Es un poema, sin duda, antológico que transciende y trasvasa lo social hacia lo trágico. El discurso poético que empieza por un lamento gradualmente en ascenso y que el poeta le introduce sentencias de esperanza para la prole de María que le rodea en su lecho de muerte.

El Che, ejerciendo de médico y de poeta, frente a la agonía de la vieja María, proclama la poesía como el medicamento moral y del espirito de quien espira y le recuerda en estos fértiles versos:

“Tu vida fue un rosario completo de agonías,
no hubo hombre amado, ni salud, ni dinero,
apenas el hambre para ser compartida;
quiero hablar de tu esperanza,
de las tres distintas esperanzas
que tu hija fabricó sin saber cómo.
Toma esta mano de hombre que parece de niño
en las tuyas pulidas por el jabón amarillo.
Restriega tus callos duros y los nudillos puros
en la suave vergüenza de mis manos de médico.
Escucha, abuela proletaria:
cree en el hombre que llega,
cree en el futuro que nunca verás”.
Ni reces al dios inclemente
que toda una vida mintió tu esperanza;
ni pidas clemencia a la muerte
para ver crecer a tus caricias pardas;
los cielos son sordos y en ti manda el oscuro;
sobre todo tendrás una roja venganza,
lo juro por la exacta dimensión de mis ideales
tus nietos todos vivirán la aurora,
muere en paz, vieja luchadora”.

El poema tiene dos tiempos reiterados, para seducirnos en el énfasis que hace de la vida de la moribunda María. El poema, además de ilustrarnos de las carencias de la clase trabajadora, nos lleva a esa plasticidad realista de vejaciones que ella tuvo que soportar y que le atribuye el médico-poeta, desde su concepción del materialismo histórico. El Che le recomienda a no rezar y a morir íntegramente con la esperanza de que sus nietos caminarán por tierra liberada.
Si las crónicas, las historias, los audiovisuales no existieran para informarnos de los que sobreviven y mueren en un universo explotado, bastaría este poema para tener información de la penuria y del dolor que asiste a millones de desheredados como María. Este pensamiento fúnebre nos hace reflexionar sobre el talento poético del Che. Por esto, el también poeta, Miguel Barnet escribió este poema conmemorando al heroico guerrillero:

“Che, tú lo sabes todo,
los recovecos de la Sierra,
el asma sobre la hierba fría
la tribuna
el oleaje de la noche
y hasta de que se hacen
los frutos y las yuntas.
No es que yo quiera darte
pluma por pistola
pero el poeta eres tú”.

Barnet no puede ser más explícito y fiel a la verdad creativa al introducirnos en la dimensión del poeta Ernesto Guevara, el Che.
El último poema de este repertorio, titulado: “Canto a Fidel”, esclarece muchas cosas: lealtad al líder de la Revolución cubana, predisposición de cambiar el mundo y luchar por el hombre nuevo. La integración del Che en la expedición del Granma, la lucha guerrillera en Sierra Maestra y el triunfo de la Revolución, de la que él fue protagonista. Ahí, con toda su integridad, estaba el poeta. “No es que yo quiera darte/ pluma por pistola”.
“Canto a Fidel” es una armonía épica de gran valor ético y de convencimiento a favor de una causa noble, sincera, rotunda y el de estar organizado para triunfar. Creer y apostar por la razón del líder es como el Che abre el poema:

“Vámonos,ardiente profeta de la aurora,
por recónditos senderos inalámbricos
a liderar el verde caimán que tanto amas.
Vámonos,derrotando afrentas con la frente
plena de martianas estrellas insurrectas,
juremos lograr el triunfo o encontrar la muerte”.

Fiel compromiso con la lucha para restaurar el ideal de Martí, como base de repeler toda afrenta. El Che, el de la metralleta y el verso, continúa alzando las dos armas sin simulacros para defender la verdad del mundo oprimido. He aquí el hombre, poeta y guerrillero, capaz de erigir en la poesía su gran ideal. El poema a Fidel termina así:

“Y si en nuestro camino se interpone el hierro,
pedimos un sudario de cubanas lágrimas
para que se cubran los guerrilleros huesos
en el tránsito de la historia americana.
Nada más”.

Quedemos pues con tu pensamiento final, estimado poeta de pluma en ristre, por recordarnos: ¡HASTA LA VICTORIA SIEMPRE!

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