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Xosé Lois García

La sociedad gallega a principios del siglo XX en la novela “Gallego” de Miguel Barnet

Xosé Lois GarcíaRebelión Cuando leí por primera vez la novela, “Gallego” de Miguel Barnet, tuve la sensación de descubrir un universo nuevo de todo aquello que yo viví y leí sobre la emigración en Galicia. De la poca literatura que se ha hecho sobre varios niveles y espacios del drama emigratorio gallego de todos los tiempos, Miguel Barnet nos acerca a ese contexto de relaciones, de las causas y efectos de la emigración gallega. La investigación de Barnet sobre la Galicia que originó esta novela tiene doble mérito al tratarse este tema desde fuera; desde el lado receptor. No es fácil entrar en un contexto tan complejo como era el medio rural gallego de principios del siglo XX y captar extraordinariamente varias parcelas de aquellos ambientes, como el tema social, político, económico, religioso, sociológico, antropológico y etnológico. Todo el entramado narrativo de esta novela tiene un respiro vivo de aquella Galicia dramática y desesperada, muchas veces difícil de comprender desde la lejanía. Es verdad que esta novela es el relato testimonial de su protagonista, Manuel Ruiz, que confirma varios extremos de lo cotidiano gallego, relatado en primera persona. Aquí surgen todas esas connotaciones de la Galicia de su tiempo y de una manera directa o indirecta nos implica a todos los gallegos que hemos emigrado.  De la novela “Gallego” escogimos sus dos primeros capítulos como retrospectiva de la Galicia de principios del siglo XX, justo cuando Manuel emigra a Cuba en 1916, con 16 años. Para verificar una serie de tramas sociales de un ciclo histórico muy interesante a todos los niveles y que el propio narrador supo escoger muy bien para evidenciar los personajes de aquella Galicia subdesarrollada. Los cinco capítulos que componen esta novela están tutelados por versos de la poetisa gallega, Rosalía de Castro. El primer capítulo titulado: “La aldea”, Barnet transcribe estos versos a son de prefacio, que dicen en gallego: “Galicia está probe/ Pr’a Habana me vou. ¡Adios, adios prendas/ Do meu corazón”. El relato lírico de Rosalía refleja el sentimiento de todo un colectivo deprimido y explotado, como era la sociedad gallega de mediados del siglo XIX, que trata de solucionar sus problemas existenciales por medio de la emigración. Esto se hace patente en la Galicia del siglo XX. Manuel Ruiz, en sus limpias y nunca tópicas reflexiones, explica que el 90% de la población gallega esta sumida en la marginación y en la pobreza. La infancia no alegre de Manuel, que queda huérfano de padre y se cobija al calor de su madre, abuelos y vecinos pobres que habitan ese deprimido y minúsculo microcosmos. Miguel Barnet saca a la luz el drama y el desafío de aquella sórdida lucha de los pobres de aldea, cuando Manuel va desgranando varios aspectos de la sociedad gallega y, en concreto, de su propio medio. Nos habla del hambre; de una producción agrícola de subsistencia, donde el labriego se afanaba por crear y guardar algún excedente para comprar lo necesario, o lo que el no producía. Aquellos aullidos de los enfermos y la mortandad infantil de los años de la llamada “Guerra Grande”. La peste alemana, como se llamaba en Galicia, predominó de 1914 a 1918. Era una fiebre mortal que afectaba a los infantes. Los pobres no podían adquirir medicinas, así que las campanas de las aldeas repicaban a diario por las almas de los niños que subían al cielo –decían-. Si observamos los cementerios gallegos aún podemos ver numerosas cruces y lápidas dedicadas a los niños muertos de aquella época. Manuel es uno de los pocos que pudo contar aquel drama y buscar refugio en el rosario nocturno y en la curación de San Roque.  Miguel Barnet concentra la atención en este santo, abogado contra la peste y que tenía no pocos devocionarios en Galicia. El narrador establece ese contacto científico con la realidad de aquella época que le tocó vivir a Manuel, su personaje. Ejerce su profesión de etnólogo y logra transcender en los nexos devocionarios de San Roque. No pasan desapercibidas aquellas manifestaciones religiosas dedicadas a este santo francés, que además de ser el protector contra la peste, los aldeanos concentran en él diversas peticiones. El prodigioso artista, literato y político gallego, Daniel Rodríguez Castelao, en un dibujo anti-caciquil y compuesto en esta misma época narrada por Barnet, se ve una procesión con un San Roque y desde una ventana dos ancianos le hacen la siguiente petición que Castelao pone a pié de dibujo: “-¡Que San Roquiño nos liberte de médicos, abogados e boticarios!”. Este patetismo de la época, se recoge también en “Gallego” cuando Manuel, el adolescente de no muchas creencias, se acerca al santo y le dice: “Oye Roque, yo quiero progresar, sácame de aquí”. Castelao nos presenta una Galicia cercada por la peste, donde los médicos valen más que el enfermo y los abogados son los intermediarios del cacique para azotar a los campesinos. Aquí estamos en una visualización parcial de tres graves problemas, pero en “Gallego”, el problema es global al manifestar el protagonista que la única solución es emigrar. Una postura radical pero comprensible por esa asfixia social que padecía el entorno gallego. La redención de Manuel y otros era buscar la tierra de remisión: Cuba. En “Gallego” hay una precisión narrativa de la realidad, en clave de ficción, que a la medida que vamos desgranando la situación del personaje central vamos descubriendo un país cuya historia o historias fueron reales. Esta novela no la debemos encasillar o ver como una crítica tan solo a una situación existencial. Se trata de un testimonio activo de un emigrante que relata las cosas de el, en primera persona, pero también las carencias infraestructurales de su país: Galicia. Y desde este punto de vista, el relato se presenta sin complejos y más que observar a una víctima vemos a un enorme colectivo de víctimas. Por lo tanto, los tiempos y espacios de ficción que se proclaman en esta novela, corresponden a una temporalidad espacial de la propia realidad.  Eugenio Suárez-Galbán Guerra, en su elegante y discernida crítica sobre “Gallego”, admite: “Su originalidad radica en eliminar todo conflicto entre ficción y realidad, ateniéndose rigurosamente a lo último, pero animando la narración con las ventajas estilísticas que provee el género novelesco. Los hechos siguen siendo los reales, pero el elemento mecánico y árido de la cinta que graba tal cual, y del entrevistado que acaso no conoce la magia de la auténtica conversación, se ven superados por una selección y un estilo que, de hecho, resultan más representativos de la realidad”. Retomando la realidad, o una parcela de ella, volvemos al eco más activo con que Manuel cuenta su niñez en Arnosa, donde el fue un superviviente de las pestes, del hambre y de otras circunstancias. Si estas situaciones narradas las contrastamos con la Galicia real, sujetas al tiempo y al espacio de lo narrado, encontramos tremendos relatos periodísticos de la época como este de Federico García Lorca, que es fruto de un viaje que realizo a Galicia en 1917, un año después de que el personaje de la novela, Manuel, emigrase a Cuba. Dice Federico en el artículo titulado: “Un Hospicio Gallego”: “El patio es románico... En el centro de él juegan los asilados, niños raquíticos y enclenques de ojos borrosos y pelos tiesos. (...) Algunos, más enfermos, no juegan, sentados en recachas están inmóviles, con los ojos quietos y las cabecitas amagadas. (...) Todas las caras son dolorosamente tristes...; se diría que tienen presentimientos de muerte cercana. (...) Quizás algún día, teniendo lástima de los niños hambrientos y de las graves injusticias sociales, se derrumbe con fuerza sobre alguna comisión de beneficencia municipal, donde abundan tanto los bandidos de levita, y aplastándolos haga una hermosa tortilla de las que tanta falta hacen en España... Es horrible un hospicio con aires de deshabitado, y con esta infancia raquítica y dolorosa. Pone en el corazón un deseo inmenso de llorar y un ansia formidable de igualdad...” Esta era la Galicia patética y real contada por foráneos que, si no a tiempo, nunca a destiempo, supieron poner el acento en aquellos problemas graves, sobre todo en uno: la carencia de justicia social. Así lo dijo Lorca y así la encontramos en clave narrativa en la novela de Barnet. Pero el novelista cubano nos revela otras connotaciones de aquella Galicia que, más allá del tópico impuesto por las clases dominantes, conforma un diseño eficiente para comprender varios códigos sociales y pautas culturales de aquella Galicia real que aparece en su novela. Cuando decimos real no queremos decir realismo social, aunque tenga cierta dosis de este.  Balzac quiso hacer un estudio novelado de la sociedad francesa de su tiempo y en parte se frustro la idea. En las novelas galdosianas encontramos una carga de realismo, fruto de la inventiva del propio Pérez Galdós que persistió en utilizar modelos demasiado estáticos para encasillar el protagonismo de ciertas clases sociales que tenían una funcionalidad dinámica e incluso una predisposición revolucionaria. Barnet es diferente, su “Gallego” proclama esa movilidad, no de una forma lineal, sino en zig-zag, incorporando elementos nuevos sin disgregar cada uno de los mensajes que el protagonista de la novela los jerarquiza cuando Manuel Ruiz cuenta sus propias historias en un lenguaje asequible a las circunstancias y a las emociones que desea transmitir.  Posiblemente en Manuel Ruiz podamos ver una cierta ingenuidad, por su edad, pero en todo caso no deja de ser el reflejo de la cultura rural gallega. Miguel Barnet ha captado fielmente esos momentos ingenuos que le impone a su personaje de ficción, pero también corrobora esa filosofía innata que nosotros los gallegos llamamos retranca y sobre todo cuando detrás de la ingenuidad y de la retranca surge el creador de muchas cosas que sólo la vida y la pobreza enseña. La creatividad siempre la propiciaron los más pobres y marginados, porque éstos siempre buscaron la huída de la ociosidad, y el pueblo gallego hizo muchas inventivas y una de ellas fue la retranca para reírse de todo y de uno mismo. Los pobres de la aldea gallega para subsistir tuvieron que inventar a solas y sin recursos sus propios artilugios, no para venerarlos sino para servirse de ellos; para que le fuesen útiles y funcionales. Este aspecto lo refleja muy bién Miguel Barnet a través de su personaje.  En la página 18, de esta novela, hay una disertación interesante del protagonista y que nos sitúa en varios parámetros de aquella Galicia mísera e irredenta. Aquí se fijan varias causas, entre ellas una en especial que preocupa a Manuel, la guerra de Marruecos. El temor de ir a Marruecos sin saber que intereses defienden aquellos jóvenes pobres es uno de los pavores que lleva en el cuerpo Manuel. La guerra de Cuba había dejado secuelas en Galicia. Pero es verdad que en aquella época había un sentimiento fuerte en Galicia de simpatía popular hacia la liberación nacional de Cuba. La simpatía de Manuel Ruiz hacia Cuba, en toda esa evocación del relato, viene dada por aquella opinión generada entre los pobres de aldea y los retornados de la guerra que muchos de ellos desertaron del ejército español y se pasaron al ejército mambís, como fue el caso de mí abuelo paterno.  En este primer capítulo de la novela se exponen una serie de conflictos generados en aquella Galicia de principios del siglo XX. Y Manuel pone énfasis al problema lingüístico, que supone ser uno de los graves problemas de identidad por los que pasa esta vieja nación celta. Aquí se plantea el idioma gallego en conflicto con el castellano; la deserción de muchos, sobre todo cuando se emigra y se acoge al idioma receptor, muchas veces por falta de conciencia y otras por puro complejo de inferioridad de las clases más pobres. En este sentido, dice literalmente Manuel: “Yo, que vine a los dieciséis como ya dije, puedo hablar en gallego como el primer día que llegué al puerto. La lengua está pegada al cerebro desde que oye uno a los abuelos y a los pobres. La mayoría de las veces cuando yo hablo para adentro me digo las cosas en gallego, las siento más”. Que precisión más pragmática la de Miguel Barnet al penetrar en lo esencial de un referente tan acusado como la lengua y al desdoblar el sentimiento de un gallego auténtico y generoso apelando al atributo más diferencial de un pueblo, como es la lengua. Miguel Barnet conoce muy puntualmente el conflicto lingüístico de Galicia entre el gallego y el castellano. El gallego es hablado por la mayoría de la población, su bastión ha sido el medio rural, el castellano lo hablan las clases dominantes, sobre todo aquellos que exhibieron su azote contra los asalariados. Al hablar de diglosia, en el caso gallego, estamos incidiendo en el conflicto de la lucha de clases y esto es algo fundamental en esta novela, cuando Manuel Ruiz reivindica su lengua nativa. Las clases dominantes gallegas siempre utilizaron el castellano como señas de identidad y predominio de una clase sobre otra. Cuando Manuel establece ciertas relaciones sociales con otro interlocutor, se le nota cierta complejidad o inseguridad, pero al final impone su dignidad de hablar su lengua nativa.  El personaje de Barnet, es fiel a su clase y por esto también lo es a su lengua. El problema del emigrante gallego cuando se hizo con dinero y cambió de estatus era un desertor de su idioma original, no en todos los casos. Por lo tanto, cuando Manuel evoca y defiende su lengua vemos que lo hace desde uno de los lados de ese antagonismo de clase, que enfrenta a los sin tierra y pequeños propietarios con las clases burguesas. Manuel Ruiz cuando habla de este conflicto diglósico manifiesta la interrelación de la lucha lingüística con la lucha de clases, al decir: “El gallego que ha olvidado su lengua es un mal agradecido y un traidor”. Ciertamente, un traidor a su propia clase. Reiteremos que Miguel Barnet capta y entra, discretamente, en el terreno de la diglosia de una manera empírica, para poner en boca del protagonista de su novela, Manuel, esa defensa tan valiente como necesaria en favor de nuestro idioma. Miguel Barnet crea un espacio amoroso y erótico en el cual, Manuel, nos habla de sus relaciones con Casimira, una chica de su propia clase, en una frecuencia muy somera y pudorosa.  Hay también varios espacios, en esta novela, donde su autor propicia el cuento oral transcendido del mito ancestral. Barnet, fiel a su oficio de etnólogo, incorpora a su novela un mito que él sitúa en el pueblo de Manuel, sobre una serpiente que mama de las ubres de una vaca. La vaca que está encantada con la serpiente se aleja de la manada y en un peñasco le ofrenda al reptil su leche dejando a los pobres campesinos sin ella. Esta leyenda era un tópico muy extendido en toda la geografía gallega, pero un tópico funcional que de él se derivaban múltiples variantes de cuentos que lo relataban en el monte los pastores y alrededor de una hoguera nocturna, en la cocina. La que cuenta Manuel tiene una carga social, al explicar que los aldeanos mataron la vaca porque esta no producía ni leche ni trabajo.  El capítulo II, titulado: “La travesía”, Barnet utiliza este verso de Rosalía de Castro: “O mar castiga bravamente as penas”. El narrador recrea fielmente el espacio del hábitat aldeano de Galicia en el momento en que Manuel, a sus 16 años, decide salir de aquellos ambientes pobres y cargados de explotación, para mejorar su vida en Cuba. Se despide de los suyos y de todos los enseres de la casa. Comienza el desasosiego; la recomendación de los abuelos, los mensajes de los vecinos; los lamentos y plañidos. Dos o tres días antes del viaje a Cuba era habitual hacer una crónica de las cosas que dejaba. Algunos emigrantes iban a la tumba de sus ancestros; se despedían de las vacas que tanta ayuda les habían prestado en sus labores agrícolas. Esto se hacía y por eso Manuel confiesa: “Quería llevarme el recuerdo clarito de todo”. Vemos como el emigrante deseaba codificar su medio y sobre todo su casa, ese espacio natural donde ha compartido solidariamente más penalidades que felicidades. Así lo constata Manuel: “Mi casa no era grande ni linda, ni nada por el estilo, pero era mi casa, donde nací yo”. Con estas descripciones, Barnet nos introduce en una especie de ritual de despedida que existía pero también nos descubre, puntualmente, el amor del gallego por su microcosmo natural. El escritor uruguayo, Eduardo Galeano, refiriéndose a “Gallego”, la novela de Miguel Barnet, dice: “Pero más allá del personaje y su peripecia, este libro es un homenaje y un entrañable desagravio a los miles y miles de gallegos que tantas veces han recibido desprecio a cambio del mucho amor y trabajo que nos han entregado”. Barnet, nos descarna todo ese patetismo que se cernía sobre la emigración gallega, en clave social. Su contribución es enormemente esclarecedora y realizada desde el lado receptor: Cuba. Además del gran logro literario que nos brinda con este peculiar testimonio, nos devuelve a los gallegos un reencuentro con la realidad lejana de la que tantas secuelas ha dejado la emigración.  Vigo era el inicio de la gran travesía atlántica, un puerto donde a diario se transportaba carne humana, con la complacencia del Estado español que se beneficiaba de este éxodo o sangría que tantas desintegraciones aporto a Galicia. Muchas veces los emigrantes desconocían el lugar geográfico a donde eran transportados y los duros trabajos que tendrían que realizar. En este sentido, Fernando Ortiz, en su libro: “Entre Cubanos (psicología tropical)”, hace la siguiente referencia a los emigrantes gallegos que trabajaron en el canal de Panamá: “Pero cada mes llegan unos mil obreros blancos al canal, gallegos e italianos en su mayor parte, que son los que están sobrellevando el trabajo casi en su totalidad”. La brutal explotación de los gallegos llevada a cabo por las compañías yanquis, en esta caso, fue siniestra, como todos sabemos.  El espectáculo en el puerto de Vigo no podía ser más asolador, en el relato de Manuel Ruiz. Es la crónica breve y puntual, llena de patetismo sobre aquellos braceros que iban ofrecer sus músculos y con cierta incapacidad de no hacer la revuelta o la revolución en su propio país. Sobre este aspecto, en otra viñeta de Castelao, vemos una enorme aglomeración de emigrantes en el puerto de Vigo y a pié de imagen coloca el siguiente texto: “En Galicia no se protesta, se emigra”. El relato de Barnet esclarece, explícitamente, todo esa moviola de intereses, de corrupciones y mafias organizadas que buscaban y ofrecían a los emigrantes, no demasiado ilustrados, el oro americano; la riqueza fácil. Haciéndoles hipotecar sus minúsculos enseres. Los “ganchos” que llama Manuel a los agentes legalizados que operaban en los pueblos rurales que llevaban falsos catálogos sobre la colocación de los emigrantes en Cuba o en los países del cono sur americano y, también, falsas recomendaciones. Eran los gestores de un desorden y de una explotación consentida por el propio Estado que estaba bajo el poder de los Romanones, de los Mauras, de los Canalejas, de los Datos de los García Prietos y tantos otros que se sucedían a ellos mismos en el poder. Toda una trama caciquil que tenía sus agentes en los buques, donde algún corrupto de la tripulación, en combinación con los “ganchos” colocaba a polizones en las bodegas de dicho buque. Manuel Ruiz, en su travesía atlántica, comienza a ver las cosas de otra manera, comienza a asimilar con pragmatismo la situación. Sin ser marxista y no entender mucho de la plusvalía, en el barco va descubriendo las contradicciones de clase y llega a esclarecer una toma de conciencia importante cuando habla del “paño bueno de los de arriba (de los que iban en primera clase, los indianos) y los de camisa de franela, pantalones de pana y zuecos (los que iban en cuarta clase, como él)”. Cuando Manuel llega al puerto de La Habana se siente desprotegido y con miedo frente a la oscuridad, los truenos y el oleaje. Es aquí donde Miguel Barnet posiciona al lector en un punto álgido de tensión; propicia una atmósfera entre la metáfora de la propia vida y la simplificación del simbolismo de una tragedia que marca a Manuel para toda la vida. La gran audacia del narrador cubano es posicionarnos al lado de Manuel Ruiz en uno de los espacios más trágicos de los emigrantes indocumentados –que ahora en España llamamos, los sin papeles-. Manuel no era un indocumentado pero se solidariza con José Gundín, un polizón gallego que viaja en el mismo barco, víctima de los “ganchos”. Las autoridades del buque los apresan y como es sabido los introducen en aquel campo de concentración de Tiscornía. En este lugar vemos al adolescente Manuel sumergido en el dolor y en reflexiones existencialistas que le abren un sin fin de preguntas y fáciles respuestas, sobre aquel lugar donde se traficaba con carne humana y se vendían influencias.  Miguel Barnet, en este mosaico de contradicciones por las que pasa el protagonista de su novela, nos aproxima a la idea marxista de Manuel en lo que respecta a la confrontación de la lucha de clases. Tiscornia, para Manuel, es el espacio donde toma conciencia de su propia clase y con una dignidad invulnerable. En el momento de salir de este centro y escuchar de Benito, el chofer de la familia burguesa del Vedado, a donde iba Gundín, el recomendado, dejando a Manuel en la estacada. Éste ni suplica ni se humilla, impone su dignidad de clase buscando un trabajo y un techo por La Habana vieja. Aquí en Cuba, Manuel comienza a tener dos patrias, como en este verso de José Martí: “Dos patrias tengo yo: Cuba y la noche”. La noche de Galicia, para Manuel no era la noche contemplada por Martí. Pero en realidad compartió dos patrias e los momentos más álgidos de la historia de Galicia y de Cuba. Participando en la Guerra Civil española al lado de la República y en Cuba integrándose en la Revolución.  Miguel Barnet, en “Gallego” va más allá de la cooperación de Xosé Neira Vilas y de asesorarse en varias publicaciones gallegas de Cuba. El perfil del emigrante que diseña Barnet en la representación de Manuel, va más allá del homenaje y de la constatación de unas circunstancias que ocurrieron en la historia del pueblo gallego. Esta novela rescata y memoriza la frustración y la tenacidad de sus protagonistas.  El protagonista de la novela “Gallego” de Miguel Barnet, lo podemos adherir al gallego José Martínez invocado por José Martí en un artículo de Patria, del 28 de enero de 1893, titulado: “José Martínez, “El Gallego”, que dice: “José Martínez era de lo muy pobre del mundo. Sus letras cabían en un puño, las pocas letras que pudo enseñarse, de codos en el mostrador, a la hora callada, o en la puerta de la casa ambulante, con el libro sobre las rodillas. Nació con alma propia, y desde su primera niñez buscó por sí el trabajo que por su cariño a Cuba le negaban sus compatriotas”.  Miguel Barnet le puso, también, alma propia a su Manuel Ruiz. No lo redujo a meros ajustes históricos de dos contextos diferentes, el cubano y el gallego. Esta novela no está estereotipada en función de cálculos narrativos o estilísticos. La situación en que Barnet coloca al protagonista de su novela, en este aposento tienen cabida todos los emigrantes gallegos cada unos con una historia diferente pero llena de dignidad.  Esa alma propia del gallego que menciona Martí y nos revela Barnet, también la encontramos en muchos indicativos reales de la gran tragedia emigratoria que soportó Galicia, desde tiempos de Felipe II hasta hace muy poco. Hay un libro biográfico publicado en Cuba, en 1998, de Maury Rodríguez Matos, titulado: “Estirpe de Leones”, cuyo protagonista central es un emigrante gallego, Manuel Pardo, natural de la parroquia de Nogueira de Miño municipio de Chantada en la provincia de Lugo. Manuel Pardo, pobre de solemnidad, emigra a Cuba en 1917, muy joven, viene semi-indocumentado y pasa por Triscornia. Una vez liberado trabaja en diversas faenas del campo para sacar adelante una familia numerosa. A todos sus hijos los integra en el proceso revolucionario de Sierra Maestra, y hoy forman parte ya de la historia heroica de Cuba.  Sobre Manuel Pardo quiero añadir algo sobre su espacio nativo de Nogueira, a orillas del río Miño. Las gentes labriegas de Nogueira que vivían especialmente de la agricultura vinícola, era un pueblo rebelde que tenía una enorme capacidad de luchar contra la injusticia de los poderosos. Cuando en 1936 triunfó el golpe fascista contra la República en Galicia, los de Nogueira hicieron una resistencia que durante un mes los fascistas no tomaron dicho pueblo. Por tanto es lícito pensar que Manuel Pardo salió de un entorno muy sensibilizado en la lucha social. En uno de los congresos del Partido Comunista de Cuba, el Comandante en Jefe, Fidel Castro, hijo de un emigrante gallego, señalaba las aportaciones de los emigrantes de Galicia a la historia de Cuba. La novela “Gallego” de Miguel Barnet, confirma la memoria de cientos de miles de emigrantes gallegos que pasaron por peripecias parecidas a las de Manuel.  Retomando el texto de Eduardo Galeano, éste nos dice: “Miguel Barnet, certero escuchador, decidor de palabra clara, demuestra que el testimonio bien puede ser alta literatura. Nuestros países tienen una deuda pendiente con los miles y miles de emigrantes que han venido a tierras de América desde Galicia. Por mano de Miguel, aquí cuenta su historia un hombre de dos patrias, un cubano en cuya memoria no han cesado de resonar los airinhos de la aldea donde nació”.  Creo que Miguel Barnet saldo esta supuesta deuda, al contribuir con su enorme esfuerzo y colocar en un alto aposento, el de la dignidad y la solidaridad, a los emigrantes gallegos y no sólo a estos. Pienso que todo emigrante de cualquier rincón del mundo se ve reflejado en “Gallego”.   

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